Desde las dificultades para coordinar una respuesta coherente y efectiva a nivel federal, estatal y municipal, pasando por una estrategia de comunicación “directa” basada en “personalidades” y no en la calidad de la información, hasta despidos masivos y ahorros modestos que no han derivado ni en una operación más eficiente ni han logrado cubrir las pérdidas de Pemex; y, sobre todo, la falta de un liderazgo colectivo capaz de sumar y entusiasmar a todos los actores y sectores sociales para la urgente tarea de reconstrucción.
Como ciudadanía también hemos quedado a deber. Amplios sectores de la población desacatan indicaciones legítimas y prudentes en un acto de rebeldía y de desobediencia generalizada. Muchos se niegan a “creer” que exista el coronavirus y difunden falsedades en las redes sociales. Algunos grupos han intentado chantajear al gobierno poniendo en riesgo la salud de todos.
Detrás de estas conductas se esconde un profundo egoísmo: “Si no me afecta directamente, no me importa”. Gobierno y ciudadanía nos hemos quedado cortos en seguridad, salud, educación y empleo.
Seguridad porque el repunte de asesinatos no es responsabilidad exclusiva del gobierno. La tolerancia (e incluso simpatía) por el crimen organizado le permite seguir envenenando a nuestros jóvenes e instituciones. Quien consume drogas, comercia mercancía robada, o lava dinero, es cómplice del crimen organizado, aunque muchas veces sea víctima a la vez.