Personalmente, tuve el honor de ser invitado nuevamente a dirigir seminarios y entrevistas virtuales, así como también a participar en paneles de discusión orientados tanto a audiencias corporativas como generales. Debo decir que la experiencia como ponente cada vez me resulta más positiva, principalmente porque en los últimos años he sido testigo de la forma en la que entre los asistentes crece exponencialmente el número de personas que no son parte directa de la población LGBT+ pero que están interesadas en el tema, sobre todo cuando se trata de quienes buscan implementar estrategias de inclusión y diversidad en sus empresas.
No es raro que las compañías y los negocios en el mundo sean detonante de cambios y transformaciones profundas de la sociedad. Por el contrario, además del aspecto de negocios las empresas cubren y son responsables de aspectos sociales porque después de todo, son originadas y operadas por personas, y producen bienes y servicios para la gente.
Hablar y escribir acerca de la comunidad LGBT+ tan abiertamente como lo hacemos ahora refleja lo poderosa que una conversación pública, como la que inició American Express en 2010 en apoyo a la población LGBT+, puede llegar a ser. Algo que siempre me llama la atención cuando exponemos el tema de inclusión LGBT+ con personas externas a la comunidad es que al aprender acerca de la historia, los mitos, conceptos, etcétera, terminan por darse cuenta de que los estereotipos, las etiquetas, el juicio y el rechazo provienen de la falta de información y de ideas preconcebidas tan arraigadas que hasta que no se hacen conscientes se ven cuestionadas.
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La reflexión más significativa de la que he sido testigo y que lleva a las personas fuera de la comunidad LGBT+ a sensibilizarse profundamente con el tema es cuando se aborda el tema de los privilegios. Hasta hace pocos años, dentro de la comunidad gay, no era poco común saber de historias como ésta: estuvieron juntos por una buena cantidad de años, viajaron, trabajaron, y construyeron un buen patrimonio hasta que uno de ellos murió y para mala suerte, todo lo tenían a su nombre.
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Entonces, la familia que nunca los aceptó y los rechazó llegó y despojó de todo al otro, quien ahora además de tener que lidiar con la pérdida de su pareja se ha quedado prácticamente en la calle. Así, lo que para la mayoría son privilegios inherentes y desapercibidos, tales como celebrar abiertamente un matrimonio, faltar al trabajo cuando tu pareja está en el hospital o ha fallecido, heredar tus bienes para proteger a la persona con la que has compartido tu vida, y hasta identificarte con personajes del cine, la TV o la literatura sin que éstos sean una caricatura para divertir a los demás, entre muchos otros, resultan que para una “minoría” de millones de personas en el mundo se convierten en luchas y conquistas ganadas, que más allá de la discusión acerca de la sexualidad representan su reivindicación y reconocimiento como seres humanos.
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Y con lo anterior no pretendo minimizar las adversidades comunes de la vida con las que todos lidiamos sino hacer ver que además de éstas, hay quienes tienen que aprender a vivir y lidiar con otras adicionales, que en el caso de la comunidad LGBT+ son peores dados los erróneos tintes morales con los que se le asocia, complicando aún más la negociación con un mundo de naturaleza heteronormativa. Recuerdo que, en mis primeras entrevistas de trabajo a inicios de los años 90, además del nerviosismo inherente a éstas siempre cargaba también con el temor a “ser descubierto” y perder oportunidades de empleo.