En este sentido, tanto en la realidad como en las redes sociales, el confinamiento está mostrando el grado más irascible del ser humano. Las conversaciones se vuelven un vertedero de prismas parciales y envenenados, un laberinto de inquina y rencores, delirios acomplejados y pobres argumentos.
Las conversaciones públicas se han vuelto un mecanismo prejuicioso, que limita nuestra libertad y nos hace cómplices y víctimas de nuestra ideología. Pareciera que estamos obligados a caer en un absurdo dualismo, que se traduce en dos formas antagónicas de observar y vivir la realidad. He leído debates sobre cualquier tema, principalmente en redes sociales, que se han tornado, viscerales e incluso violentos y ofensivos.
Y lo que sucede en las redes se traslada a las calles, o viceversa. No tengo muy claro dónde surge inicialmente esta visceralidad social, si las redes son un termómetro de lo que pasa en la realidad, o la realidad está condicionada en gran medida por lo que se está conversando en las redes sociales. El punto es que la opinión pública se ha convertido en un volcán en erupción.
Las redes sociales, las cuales cobran ahora relevancia central en la vida de muchos dada la disminución de la interacción presencial, están plagadas de discusiones irrelevantes, en donde la necesidad de imponer sus condiciones y sus ideas, parece incluso más importante que el tema a discusión en sí.
Expertos en la materia señalan que discutir en redes sociales con desconocidos no es el mejor escenario para el intercambio objetivo y sensato de ideas. Argumentan que nuestras opciones son intuitivas y sesgadas ya que las emociones forman parte de nuestro juicio. No obstante, existe una necesidad de hacerlo porque no queremos quedarnos fuera de la discusión; queremos ser parte del grupo y de la mayoría.
En este sentido, el filósofo contemporáneo coreano Byung-Chul Han analiza en su obra “En el enjambre”, de qué modo la revolución digital, internet y las redes sociales han transformado la esencia misma de la sociedad. Se ha formado una nueva masa: el “enjambre digital”. A diferencia de la masa clásica, el enjambre digital es una masa pasiva, frágil y dispersa que consta de individuos aislados, incapaz de una acción común, de andar en una dirección o de manifestarse en una voz.
Según el autor, a menos de que se le lleve a la acción, son personas anónimas y separadas entre si. Uno tiene la idea de que es una comunidad pero se disuelven rápidamente porque no puede ir hacia una dirección, no actúa con congruencia. Si ésta no interactúan entre si, lo único que hacen es ruido. Explica que el hecho de que las redes sociales sean una ventana de un emisor, a veces narcisista de lo que hace, no hay lugar para críticas y se espera sólo el positivismo, lo cual se aleja de la vida real que se forma a partir de la experiencia e implica aspectos y vivencias negativas.