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La guerra de opiniones en tiempos de COVID-19

Las conversaciones públicas se han vuelto un mecanismo prejuicioso, que limita nuestra libertad y nos hace cómplices y víctimas de nuestra ideología, opina Josette Trespalacios.
mié 09 septiembre 2020 01:00 PM

(Expansión) – “Tres facultades hay en el hombre: la razón que esclarece y domina; el coraje o ánimo que actúa; y los sentidos que obedecen” (Platón-Filósofo griego).

La pandemia ocasionada por el coronavirus está dejando a su paso, además de todos los desastres a nivel económico y en materia de salud, un escenario convulso y de profunda rispidez social. No sé si tenga que ver con la idea de que en el exterior hay un enemigo implacable que está acabando con la vida de miles de seres humanos; con el hecho de que la economía cada vez está más debilitada; o todo en su conjunto, pero hoy existe una enorme necesidad entre la gente de querer imponer su postura o “ganar” la conversación.

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En este sentido, tanto en la realidad como en las redes sociales, el confinamiento está mostrando el grado más irascible del ser humano. Las conversaciones se vuelven un vertedero de prismas parciales y envenenados, un laberinto de inquina y rencores, delirios acomplejados y pobres argumentos.

Las conversaciones públicas se han vuelto un mecanismo prejuicioso, que limita nuestra libertad y nos hace cómplices y víctimas de nuestra ideología. Pareciera que estamos obligados a caer en un absurdo dualismo, que se traduce en dos formas antagónicas de observar y vivir la realidad. He leído debates sobre cualquier tema, principalmente en redes sociales, que se han tornado, viscerales e incluso violentos y ofensivos.

Y lo que sucede en las redes se traslada a las calles, o viceversa. No tengo muy claro dónde surge inicialmente esta visceralidad social, si las redes son un termómetro de lo que pasa en la realidad, o la realidad está condicionada en gran medida por lo que se está conversando en las redes sociales. El punto es que la opinión pública se ha convertido en un volcán en erupción.

Las redes sociales, las cuales cobran ahora relevancia central en la vida de muchos dada la disminución de la interacción presencial, están plagadas de discusiones irrelevantes, en donde la necesidad de imponer sus condiciones y sus ideas, parece incluso más importante que el tema a discusión en sí.

Expertos en la materia señalan que discutir en redes sociales con desconocidos no es el mejor escenario para el intercambio objetivo y sensato de ideas. Argumentan que nuestras opciones son intuitivas y sesgadas ya que las emociones forman parte de nuestro juicio. No obstante, existe una necesidad de hacerlo porque no queremos quedarnos fuera de la discusión; queremos ser parte del grupo y de la mayoría.

En este sentido, el filósofo contemporáneo coreano Byung-Chul Han analiza en su obra “En el enjambre”, de qué modo la revolución digital, internet y las redes sociales han transformado la esencia misma de la sociedad. Se ha formado una nueva masa: el “enjambre digital”. A diferencia de la masa clásica, el enjambre digital es una masa pasiva, frágil y dispersa que consta de individuos aislados, incapaz de una acción común, de andar en una dirección o de manifestarse en una voz.

Según el autor, a menos de que se le lleve a la acción, son personas anónimas y separadas entre si. Uno tiene la idea de que es una comunidad pero se disuelven rápidamente porque no puede ir hacia una dirección, no actúa con congruencia. Si ésta no interactúan entre si, lo único que hacen es ruido. Explica que el hecho de que las redes sociales sean una ventana de un emisor, a veces narcisista de lo que hace, no hay lugar para críticas y se espera sólo el positivismo, lo cual se aleja de la vida real que se forma a partir de la experiencia e implica aspectos y vivencias negativas.

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En la red, argumenta el filósofo, no hay mediación, no hay filtro, por lo que todo el mundo puede decir y recomendar lo que quiere sin ser una autoridad o especialista en el tema. Lo que implica más información, y más información no es forzosamente más sabiduría y más conocimiento. La hipercomunicación digital destruye el silencio que necesita el alma para reflexionar y para ser ella misma. Se percibe solo ruido, sin sentido, sin coherencia.

Al final, de alguna u otra forma, todos ante una crisis terminamos siendo erráticos, y en el debate público, un tanto irracionales. El confinamiento, los problemas personales derivados por la pandemia, más el debate propio de la arena política, provoca nerviosismo, agotamiento mental y desasosiego. Más nos convendría como sociedad recordar que esta situación, aunque muy grave, también será pasajera. Y es responsabilidad de cada quien, una vez que la luz se observe al final del túnel, llegar de la mejor forma posible.

Se perfila conveniente unir más que dividir; edificar más que destruir. Hoy más que nunca.

Nota del editor: Josette Trespalacios es Directora de Taller de Ideas RP, consultora de comunicación. Es Licenciada en Relaciones Internacionales por la Universidad Iberoamericana. Síguela en Twitter , Facebook y/o LinkedIn . Las opiniones publicadas en esta columna pertenecen exclusivamente a la autora.

Consulta más información sobre este y otros temas en el canal Opinión

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