En el acumulado enero-julio, los ingresos por remesas marcaron una cifra histórica de 22.8 mil millones de dólares, 10.0% más que hace un año. Esto era poco imaginable hace unos meses, con el inicio de la pandemia, derivado de que era normal pensar que muchas personas enfrentarían severas dificultades para enviar remesas ante la pérdida de trabajos en los Estados Unidos, en especial en el sector de servicios (comercios, restaurantes, etcétera), donde se estima que se encuentran empleados un buen número de paisanos.
Sin embargo, es posible que la adaptabilidad de la mano de obra de estos últimos les haya permitido pasar de sectores más a menos afectados; además, el gobierno estadounidense empleó apoyos a quienes perdieron su trabajo (cheques, expansión del seguro de desempleo). Finalmente, la depreciación del peso frente al dólar pudo favorecer el apetito para incrementar los envíos de remesas hacia nuestro país.
Las remesas son una importante fuente de captación de divisas para el país, incluso superando a las exportaciones petroleras (9.4 mil millones de dólares entre enero y julio), lo que a su vez ayuda a compensar la salida de capitales vista en meses anteriores. En el ámbito microeconómico, es natural imaginar que podrían significar un importante alivio para miles de hogares, pues ayudaría a estabilizar sus ingresos.
De acuerdo con la ENIGH (Encuesta Nacional de Ingresos y Gastos de los Hogares), la principal fuente de ingresos de los hogares mexicanos es aquella derivada del trabajo (67.3% del total), mientras que las transferencias, que engloba a las remesas, pensiones, apoyos y donativos, entrarían en un segundo lugar (15.4%).
En un entorno en el cual millones de hogares han visto cortada su principal fuente de ingresos, derivado de la destrucción de puestos de trabajo durante la crisis, es difícil creer que las remesas por sí solas van a lograr equilibrar las finanzas familiares.