El COVID-19, en vez de frenar el crecimiento de las inversiones de impacto y ESG, que se disparó el año pasado, lo ha acelerado. Quisiera ver algo equivalente en nuestros países, porque es claro que la región tiene lo necesario para aspirar a su propio parteaguas y también que estamos ante un momento decisivo para propiciarlo, precisamente porque la pandemia ha acrecentado la conciencia y el interés de inversionistas de todo el mundo. ¿No deberíamos movernos más rápido?
Para poner en perspectiva, la muestra de inversionistas en nuestra región maneja activos por 3,700 millones de dólares, mientras que, en lo que va del año, sólo en Estados Unidos se han desplegado más de 19,000 millones de dólares a instrumentos ETF con este perfil, cuando en el 2019 se captaron 8,000 millones.
El mercado global de inversión de impacto ya pasa de 715,000 millones de dólares, como recuerda el informe de ANDE, una de las instituciones más comprometidas con su promoción en nuestra región, algo que me consta porque tuve la oportunidad de ser parte de su consejo durante seis años. En suma, vamos lento. América Latina puede más. Necesita más. Tenemos que hacer mucho más.
Lo que están haciendo inversionistas de impacto como los encuestados es un gran ejemplo, pero necesitamos muchos más. Hay que convencer al sector financiero convencional de que se involucre a fondo, como ocurre en otros países, que han incorporado a la inversión de impacto más allá de lo prospectivo y las relaciones públicas: como sección prioritaria en las estrategias, las estructuras institucionales y los mismos modelos de negocio. Tenemos que acercarnos más a ONGs y gobiernos, nacionales y subnacionales, para que conozcan mejor el concepto y las sinergias que podemos echar a andar.
En sentido alentador, el reporte da cuenta que la mitad de los inversionistas del estudio espera retornos financieros de mercado y crece la proporción de inversionistas locales. Empiezan a superarse escollos como las dificultades para las desinversiones, que se han vuelto relativamente comunes. Asimismo, la medición técnica del impacto social y ambiental se generaliza como práctica, a través de la adopción de sistemas como IRIS+ y la alineación a los Objetivos de Desarrollo Sustentable.
En cambio, sigue siendo incipiente el uso de vehículos de inversión híbridos, como las distintas figuras de cuasi capital. Pocos usan estructuras alternativas como los fondos evergreen, que expanden la flexibilidad y la innovación. Aunque hay más transacciones para financiar proyectos de pequeña escala, el fondeo a empresas en etapas tempranas de desarrollo es todavía escaso y el capital se concentra en pocos sectores, como agricultura y microfinanzas.