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Los Estados Divididos de América

La información y los números convencen a unos mientras que los discursos populistas y los mensajes altisonantes en redes sociales apelan a otros, señala Antonio Michel.
vie 06 noviembre 2020 11:59 AM

(Expansión) – En 2016, Donald Trump arrasó las elecciones presidenciales como un candidato externo, ajeno al sistema político, que rompería con el grupo de poder en Estados Unidos. Se entendía en el momento: una sociedad harta de la clase política, una antipatía hacia Hillary Clinton, grupos de votantes que se sentían olvidados y un acompañamiento a la ola populista que ha sacudido al mundo entero (Brasil, Filipinas, Hungría y el Reino Unido).

A pesar de perder el voto popular y de ir en contra de las encuestas, Trump reunió los suficientes votos del Colegio Electoral para una victoria avasalladora. Durante su gestión, se caracterizó por una narrativa antagónica, un discurso xenófobo y racista, políticas económicas que favorecían a las élites y una política exterior aislacionista.

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Como se ha visto en otras partes donde predominan estos líderes, el populismo sólo ha exacerbado las diferencias ideológicas, la exclusión social y la segregación política. Parecía que los comicios de 2020 fungirían como un referéndum a este estilo de gobernar. Sin embargo, los resultados tan cerrados señalan que, a pesar de sus fallas y críticas, el populismo prevalece como una opción asequible.

El país que se ha caracterizado por ser tierra de inmigrantes, defender la libertad de expresión y promover la igualdad de oportunidades, es el escenario de una sociedad muy dividida y, por lo tanto, propensa a la polarización. El manejo de la pandemia sirve como símil para evidenciarlo: casi 10 millones de casos positivos y 235,000 decesos, con indicadores menos favorables que aquéllos de países menos desarrollados.

Más allá de la tragedia humanitaria y los datos estadísticos, ha dado pie a la politización de muchos temas, hasta algo tan simple como el uso de cubrebocas. La preponderancia de dos partidos políticos hizo muy notoria la diferencia en el manejo de la información y en la ejecución de políticas de prevención.

Los estados con una inclinación demócrata optaron por medidas más cautelosas mientras que los republicanos aminoraron el riesgo. Además, los estragos de la crisis plasmaron las diferencias en acceso a los servicios, un impacto más severo en minorías étnicas y clases socioeconómicas más bajas, así como un sistema de salud pública incapaz de responder a las necesidades de sus ciudadanos.

En los debates previos a las elecciones, en vez de ahondar en esta problemática, el presidente Trump defendió orgullosamente el manejo, culpó a China por el esparcimiento del virus y negó haberse equivocado. Por otro lado, Biden portaba su mascarilla, hizo hincapié en las muertes y prometió una estrategia para afrontar al COVID-19.

Es posible extrapolar las aristas de ese ejemplo a muchísimos temas de la administración pública estadounidense: el racismo sistémico, la educación, la seguridad, la libertad de expresión, el cambio climático y los derechos de las minorías, entre otros. La información y los números convencen a unos mientras que los discursos populistas y los mensajes altisonantes en redes sociales apelan a otros.

No obstante, el padre de una familia blanca campesina de Iowa tiene el mismo voto que una hija de inmigrantes musulmanes en Nueva York. Una sociedad tan heterogénea vive en el mismo territorio y es representada por el mismo gobierno; todos deben votar por un solo mandatario y elegir legisladores para un Congreso compartido.

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Así funciona el sistema electoral en EU | Biden vs Trump

En contraparte, para los líderes políticos se torna cada vez más difícil elegir a un candidato que represente a grupos tan diversos. No es sorpresa que Trump encuentre eco en una base que al menos es más unida y homogénea, mientras que los demócratas debían elegir a un líder que cautivara al ala más liberal y a los conservadores.

Joe Biden parecía el más indicado para amalgamar estos grupos, pues llevaba una delantera antes del 3 de noviembre. Aun cuando las encuestas de nuevo mostraban un margen amplio para Biden, los resultados ilustraron una contienda bastante cerrada. Incluso, el mapa electoral quedará muy parecido a 2016.

La diferencia recae en unos cuantos estados que cambien de partido. Esto quiere decir que las preferencias y, sobre todo, las divisiones, han prevalecido tras el mandato de Trump. Incluso, se avecinan protestas y manifestaciones violentas para invalidar el triunfo del contrario.

Estados Unidos ha sido reconocido como defensor de la democracia, con un sistema político de pesos y contrapesos que ayuda a mantener un balance de poder en un modelo bipartidista. Las elecciones han mostrado que la paridad sigue vigente en contiendas tan reñidas, pero esto no quiere decir que haya un equilibrio.

El problema no es que en la Cámara de Representantes coexistan los ultraconservadores y los más liberales, sino que haya los canales y mecanismos para generar un consenso en favor de la población. La superpotencia del mundo necesita de un gobierno cuya misión principal sea reconstruir las instituciones democráticas, conciliar a los bloques políticos y cohesionar a la sociedad.

Culpar a los anteriores, pronunciar un discurso antagonista y agravar las diferencias puede servir para poner un parche temporal, que apele a las quejas inmediatas de los ciudadanos, pero no sana al tejido social. No se trata de un partido, una personalidad mediática ni unos cuantos votos en algún estado.

Estados Unidos sienta el precedente de muchas tendencias y movimientos políticos alrededor del mundo. Todos debemos prestar atención a lo que ocurre en ese país, por las réplicas mundiales y el paralelismo que podamos vivir en nuestra trinchera.

La democracia es el poder de la mayoría; pero, en una población dividida, los intereses se desvirtúan, las minorías se multiplican y el poder, eventualmente, se disuelve.

Nota del editor: Antonio Michel estudió Relaciones Internacionales en el ITAM, donde es profesor, y tiene una Maestría en Administración Pública por la Universidad de Maxwell. Trabajó casi 7 años en la Administración Pública Federal, en las secretarías de Relaciones Exteriores, Desarrollo Social, Energía y Gobernación. Su pasión son los asuntos internacionales, los asuntos políticos y la administración pública. Síguelo en Twitter y en LinkedIn . Las opiniones publicadas en esta columna pertenecen exclusivamente al autor.

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