Eso les ha permitido adquirir piezas de muchos artistas relevantes cuando aún sus obras eran relativamente económicas, dándoles la oportunidad de donar o prestar piezas de artistas relevantes a museos como el MoMA.
La colección que David Rockefeller inició en el año de 1959, dando inicio al coleccionismo corporativo y misma que ahora está en poder de JPMorgan Chase, transformó las ideas del arte en corporaciones más allá de un mero sistema decorativo.
La inversión de corporaciones en bienes artísticos y culturales ha dejado en otros países una excelente experiencia, sobre todo al momento de dejar de depender del Estado para hacerse de los beneficios que trae consigo el coleccionismo corporativo. Especialistas de estos temas y curadores han sido capaces de llevar colecciones de arte a los siguientes niveles. Es decir, transformar una serie de recursos que se destinan naturalmente en una empresa tales como la publicidad para darle una nueva vertiente con una vinculación social. Lo que normalmente se consideraría un gasto en publicidad se convierte en una inversión.
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La visión del consumidor sobre aquellas empresas que se vinculan con acciones sociales o culturales mejora invariablemente y las posicionan dentro de una jerarquía superior con respecto a las que no lo hacen. Eso genera un sentimiento de lealtad del consumidor con aquellas corporaciones que tienden a la filantropía. Eso sin hablar de la posición que dichas acciones deja para los ejecutivos.
Una apertura de los empresarios forzaría las posibilidades fiscales para los beneficios. No olvidemos que la compra y donación de obra de arte puede hacerse deducible de impuestos y existen muchas formas de obtener beneficios para todos, no solo para la empresa sino también para el sector productivo artístico y sin duda alguna para el Estado que se ahorrará dinero y esfuerzo en un financiamiento de las artes alejado de los intereses públicos.