Las inversiones de impacto surgen como solución ante problemas medioambientales y sociales que el gobierno o la filantropía no alcanzan a cubrir. Los asuntos más críticos son el cambio climático y la desigualdad extrema. Por lo tanto, agregar valor desde esta perspectiva, es clave y pudiera traducirse también en la generación de riqueza, en un sentido más amplio.
Inversiones de impacto en México y el mundo
El término inversiones de impacto fue utilizado por primera vez en 2017 por la Fundación Rockefeller. De acuerdo con esta institución, se estima que el tamaño del mercado es de 9 billones de dólares sólo en Estados Unidos. Sin embargo, parecería que este avance llega tarde para alcanzar los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) planteados para 2030: de acuerdo con BlackRock, los países en desarrollo enfrentan un déficit de 2.5 billones de dólares en inversiones necesarias para cumplir con los ODS.
Globalmente, se estima que el total de inversiones alcanza la cifra de 300 billones de dólares. Por lo tanto, una transferencia de tan sólo el 1% de ese monto hacia inversiones de impacto lograría empujar al mundo hacia el cumplimiento de estos objetivos.
En teoría, las inversiones de impacto aceptan menores retornos financieros que opciones tradicionales. Es decir, están dispuestos a sacrificar una parte de sus ganancias con tal de generar un impacto positivo para la sociedad. Sin embargo, en 2020 se identificó que casi 70% de las y los inversionistas buscan tasas de retorno competitivas, de acuerdo con la Red Global de Inversiones de Impacto (GIIN).
Además, 90% confirmó que sus expectativas se cumplieron en cuanto a resultados financieros y casi el 100% vio cumplir los objetivos sociales y ambientales que se perseguían. Por lo tanto, el sacrificio de ganancias no es necesario, se puede lograr generar valor social y ambiental, al mismo tiempo de rentabilidad.
En el caso de México, la Alianza por la Inversión de Impacto en México (AIIMx) estimó en 2017 que existían 108 inversiones de impacto en el país con un valor de 185 millones de dólares. Si bien podríamos identificar inversiones mexicanas con este enfoque desde hace varias décadas, no todas pueden clasificarse como “inversión de impacto” porque carecen de una metodología clara que mida el efecto social o medioambiental.