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La democracia latinoamericana

El gran reto regional estará en la generación de condiciones para brindar más y mejores oportunidades a sus habitantes y reducir de manera significativa la desigualdad, opina Carlos M. López Portillo.
dom 06 diciembre 2020 07:00 AM

(Expansión) – Las amplias veredas por las que transita la democracia en América Latina han permitido encontrar múltiples visiones sobre ella, dando cuenta de lo complejo que es cualquier proceso en nuestra cultura latina.

Desde los distintos panoramas que presenta la región se encuentra un común denominador: sociedades aún muy jóvenes para concebir y asumir una democracia participativa, auténtica y de fondo, y una elite poco dispuesta a sacrificar el poder en aras del bien colectivo.

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En la región latinoamericana la democracia ha tomado características particulares que la diferencian del resto del mundo. Se trata de un sistema político moderno aplicado a estructuras premodernas y que, como muestra la realidad, se apega a cierta lógica liberal en la teoría, pero un desarrollo más autoritario y elitista en la práctica.

Hoy, la democracia ha ido evolucionando de tal forma que ha dejado de ser una doctrina política para convertirse en un valor o status deseado y deseable para muchas naciones.

Para poder entender el desarrollo democrático en América Latina es necesario conocer el contexto en el que dicho régimen se implantó. Se trata de un orden poscolonial que no pudo acabar, como se esperaba, con el orden establecido. En este sentido, la posesión de la tierra es vista como una forma oligárquica de dominio en donde el latifundio, como gran propiedad terrenal, contribuye al retroceso para la forma ideal de la democracia.

Las matrices societales que dominaron en el modelo latinoamericano explican por sí mismas la tardía implantación de un sistema de democracia liberal, en donde de forma cultural y social se ejercen paternalismos, clientelismos, aristocracia y redes familiares difíciles de remover que engendran, en muchas ocasiones, una corrupción rampante.

Pese a esto, se han realizado importantes intentos transformadores en la región para romper con estas estructuras oligárquicas y de control e iniciar un proceso clave de democratización. Con ello, las dictaduras militares institucionales se contemplaron como una forma de transición para la democracia, por contradictorio que ello pareciera.

Varios intentos se hicieron por instaurar gobiernos democráticos; sin embargo, la mayor parte de los Estados latinoamericanos sufrieron un lento proceso hacia la instauración democrática parcial o plena. Tanto la desigualdad social como el predomino de instituciones precarias y poco efectivas son algunos de los factores que explican este claro retroceso. Es decir, la raíz del asunto siempre ha estado presente.

Aunado a estas circunstancias, los modelos neoliberales fueron puestos en práctica en América Latina mediante técnicas de privatización, desregulación y liberalización de las economías, lo que se tradujo en la transferencia de los bienes nacionales a los privados, la menor intervención del Estado en el papel económico, la apertura del capital al extranjero, las críticas a políticas monetarias, la pérdida de empleos, la reducción de subsidios públicos, entre otros.

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Dichos modelos buscaban conducir a un restablecimiento de los desequilibrios sociales, políticos y económicos, así como la creación de condiciones adecuadas para la globalización y la democracia. Décadas después, la realidad indica que los modelos no sólo fracasaron, sino que agravaron la problemática regional. Basta con observar los fenómenos sociales y protestas que enfrentan prácticamente todos los países, desde México hasta Argentina.

Luego del optimismo que supondría traer el ajuste estructural, los países latinoamericanos se caracterizaron por un crecimiento económico desigual y una distribución inadecuada del ingreso; las tasas de desnutrición y analfabetismo aumentaron y el desempleo se elevó cada vez más, junto con la informalidad.

En el papel institucional las cosas tampoco han sido favorables: los gobiernos y sus instituciones han tendido a la represión de los movimientos disidentes, al fraude electoral, a la violencia, a la censura, a los asesinatos políticos y a la violación de las garantías individuales. Con el paso del tiempo, se observa que las estructuras sociales y económicas que aún prevalecen imposibilitan la aplicación de una democracia óptima y plena.

La historia de América Latina es testigo y heredera de las devastadoras consecuencias de la tragedia sangrienta de la región; la brecha socioeconómica, el excesivo endeudamiento externo, la pérdida de credibilidad en líderes e instituciones, la fuga de cerebros, así como la inconsciencia social que se generó, son tan sólo algunas de las variables que habrá que tomar en cuenta y replantear para la futura instauración de regímenes democráticos que permitan el desarrollo y la integración, ya no como una región periférica, sino como un bloque fortalecido.

El gran reto regional estará en la generación de condiciones para brindar más y mejores oportunidades a sus habitantes y reducir de manera significativa la desigualdad. Los grandes rezagos, la ignorancia y las injusticias han sido detonantes de pobreza y marginación que, a la postre, se han traducido en uno de los primordiales motores de la violencia que hoy inunda nuestras sociedades.

Por ello, el esfuerzo colectivo para arribar a la verdadera esencia de la democracia es tan importante, pese a la desesperanza que ahoga nuestra realidad. Las cosas se pueden subsanar si corregimos rumbos y aprendemos de las viejas experiencias.

El camino es aún extenso, pero si América Latina logra alimentar una conciencia y mentalidad sólida y comprometida, fruto de su enorme riqueza cultural y bagaje histórico, la zona podrá alcanzar en algún punto de la historia el progreso que siempre ha anhelado.

Nota del editor: Carlos M. López Portillo Maltos se ha desarrollado en el ámbito profesional en temas relacionados con la inteligencia, geopolítica, migración, comunicación política y corporativa, medios y análisis político. Cuenta con la Licenciatura en Ciencias Políticas, del Tec de Monterrey, y una Maestría en Responsabilidad Social, de la Universidad Anáhuac del Norte. Síguelo en LinkedIn . Las opiniones publicadas en esta columna pertenecen exclusivamente al autor.

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