Dichos modelos buscaban conducir a un restablecimiento de los desequilibrios sociales, políticos y económicos, así como la creación de condiciones adecuadas para la globalización y la democracia. Décadas después, la realidad indica que los modelos no sólo fracasaron, sino que agravaron la problemática regional. Basta con observar los fenómenos sociales y protestas que enfrentan prácticamente todos los países, desde México hasta Argentina.
Luego del optimismo que supondría traer el ajuste estructural, los países latinoamericanos se caracterizaron por un crecimiento económico desigual y una distribución inadecuada del ingreso; las tasas de desnutrición y analfabetismo aumentaron y el desempleo se elevó cada vez más, junto con la informalidad.
En el papel institucional las cosas tampoco han sido favorables: los gobiernos y sus instituciones han tendido a la represión de los movimientos disidentes, al fraude electoral, a la violencia, a la censura, a los asesinatos políticos y a la violación de las garantías individuales. Con el paso del tiempo, se observa que las estructuras sociales y económicas que aún prevalecen imposibilitan la aplicación de una democracia óptima y plena.
La historia de América Latina es testigo y heredera de las devastadoras consecuencias de la tragedia sangrienta de la región; la brecha socioeconómica, el excesivo endeudamiento externo, la pérdida de credibilidad en líderes e instituciones, la fuga de cerebros, así como la inconsciencia social que se generó, son tan sólo algunas de las variables que habrá que tomar en cuenta y replantear para la futura instauración de regímenes democráticos que permitan el desarrollo y la integración, ya no como una región periférica, sino como un bloque fortalecido.
El gran reto regional estará en la generación de condiciones para brindar más y mejores oportunidades a sus habitantes y reducir de manera significativa la desigualdad. Los grandes rezagos, la ignorancia y las injusticias han sido detonantes de pobreza y marginación que, a la postre, se han traducido en uno de los primordiales motores de la violencia que hoy inunda nuestras sociedades.
Por ello, el esfuerzo colectivo para arribar a la verdadera esencia de la democracia es tan importante, pese a la desesperanza que ahoga nuestra realidad. Las cosas se pueden subsanar si corregimos rumbos y aprendemos de las viejas experiencias.
El camino es aún extenso, pero si América Latina logra alimentar una conciencia y mentalidad sólida y comprometida, fruto de su enorme riqueza cultural y bagaje histórico, la zona podrá alcanzar en algún punto de la historia el progreso que siempre ha anhelado.
Nota del editor: Carlos M. López Portillo Maltos se ha desarrollado en el ámbito profesional en temas relacionados con la inteligencia, geopolítica, migración, comunicación política y corporativa, medios y análisis político. Cuenta con la Licenciatura en Ciencias Políticas, del Tec de Monterrey, y una Maestría en Responsabilidad Social, de la Universidad Anáhuac del Norte. Síguelo en LinkedIn . Las opiniones publicadas en esta columna pertenecen exclusivamente al autor.
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