Según un estudio reciente del Instituto Mexicano para la Competitividad (IMCO), entre 2017 y el primer trimestre de 2020, antes de la crisis por COVID-19, una mexicana promedio ganaba 85 pesos por cada 100 que recibía un mexicano promedio. Destaca que al separar por diferentes características como grado de escolaridad o condiciones laborales, las diferencias se mantienen. Sin embargo, son más amplias para las mujeres menos preparadas y que tienen condiciones de empleo más vulnerables (como estar en la informalidad).
Al interior de las empresas, existen también diferencias salariales para cada nivel de puesto. El estudio “Una ambición, dos realidades” de McKinsey encontró que, en una muestra de 50 empresas, en 2018 el salario promedio de una mujer como porcentaje del salario de un hombre era menor en todos los niveles, pero la diferencia aumentaba entre mayor era el nivel del puesto.
México es el quinto país de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos ( OCDE ) con mayor de brecha salarial, después de Corea, Japón, Israel y Finlandia. Llama la atención que, con datos de 2019, una mexicana enfrentaba diferencias 50% mayores que una chilena y 3.7 veces mayores que una colombiana.
La brecha salarial es un problema complejo que se asocia a diferentes causas. Algunas hipótesis son los riesgos que perciben los empleadores alrededor de la maternidad, las bajas probabilidades de acceder a puestos de liderazgo , la entrada a empleos con menores salarios y dificultades de negociación .
Por ello, es difícil pensar que por decreto las mujeres ganarán lo mismo que los hombres de la noche a la mañana. Sin embargo, de aprobarse la reforma que se discute en el Senado, la Ley reconocería el problema e incluiría a la igualdad salarial como un principio en las leyes laborales que aplican para los sectores público, privado y social. Esto es un llamado contundente a que se pague lo mismo por el mismo trabajo, sin considerar el sexo de los trabajadores.