El 2020, año de incertidumbre, tragedia y dolor para millones, también fue tiempo de aprendizaje y, esperemos, de concientización. Lo necesario para dar paso a un 2021 que efectivamente sea ese parteaguas, pero en sentido de esperanza y determinación que nos desvié de un lento suicido socioambiental. Ocasión para hacer de los retos existenciales que enfrentamos oportunidades irrepetibles de crecimiento sustentable e incluyente.
Al cierre de este año tan especial, se acumulan señales ominosas, pero también notas alentadoras.
Por un lado, los indicadores ambientales empeoran. Lo mismo va en picada el hielo en el ártico que la selva amazónica, mientras sigue empobreciéndose la biodiversidad global y el mar sube de temperatura y se llena de desechos de plásticos. Según el PNUMA, el impacto de la pandemia en la reducción de emisiones de CO2 será insignificante: apenas 0.01% grados Celsius menos en un horizonte al 2050. Seguimos muy lejos de la ruta para evitar llegar a 2 grados por encima del nivel preindustrial.
Por otra parte, efectivamente hay signos de esperanza para comenzar con el pie derecho un año de prueba. En enero, con la incorporación de Estados Unidos, países que son responsables de dos terceras partes de los gases de efecto invernadero se habrán comprometido a alcanzar la neutralidad de emisiones a mediados del siglo. La tecnología opera a favor, abaratando costos al grado de que hoy cuesta más operar la mayoría de las centrales eléctricas, como las de la CFE, que construir nuevas instalaciones renovables desde cero.
Más aún, a estas alturas, es indudable que el cambio climático ya es una mega tendencia en el ámbito de las inversiones: incluso los escépticos y negacionistas no pueden sino reconocer que marcará y transformará la economía.
Tesla va a ingresar al S&P 500 con una capitalización de mercado de unos 500,000 millones de dólares, más que cinco empresas de energía del índice juntas. Pero más allá del caso excepcional, ni empresas, ni inversionistas, ni mercados podemos evadir que, al margen de los efectos del fenómeno del cambio climático per se, ya son inevitables las implicaciones en regulación, precios y carga fiscal al carbono, obligaciones de divulgación de riesgos financieros relacionados y exigencias tanto de ciudadanos como de consumidores. Todo se aceleró con la pandemia y apunta a ir más rápido con la administración Biden.
Entre tanto, el 90% de la nueva capacidad energética instalada en el mundo en 2020 correspondió a fuentes renovables y se espera que las tecnologías solar y eólica superarán en capacidad instalada al gas natural y al carbón antes de cinco años.