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Del año de la pandemia al año del cambio climático

El cambio climático motiva una eclosión de innovación y desarrollo sin precedentes, salvo los de las revoluciones industrial y digital, opina Rodrigo Villar.
vie 18 diciembre 2020 12:02 AM

(Expansión) – El Secretario General de la ONU llamó la atención durante todo el 2020 en el sentido de que la pandemia es una campana de alarma de la amenaza global aún mayor del cambio climático. Lo confirma al cierre, en el marco de la publicación del Informe del PNUD, en el cual han integrado las emisiones de CO2 y la huella ambiental al Índice de Desarrollo Humano. Alerta ante el riesgo de colisión y llamado a aquilatar lo que califica como oportunidad inesperada de arreglar el medio ambiente, rediseñar las economías y reimaginar el futuro.

Lo que pone de relieve es el punto de quiebre. Que no podemos volver a la “normalidad” del 2019.

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El 2020, año de incertidumbre, tragedia y dolor para millones, también fue tiempo de aprendizaje y, esperemos, de concientización. Lo necesario para dar paso a un 2021 que efectivamente sea ese parteaguas, pero en sentido de esperanza y determinación que nos desvié de un lento suicido socioambiental. Ocasión para hacer de los retos existenciales que enfrentamos oportunidades irrepetibles de crecimiento sustentable e incluyente.

Al cierre de este año tan especial, se acumulan señales ominosas, pero también notas alentadoras.

Por un lado, los indicadores ambientales empeoran. Lo mismo va en picada el hielo en el ártico que la selva amazónica, mientras sigue empobreciéndose la biodiversidad global y el mar sube de temperatura y se llena de desechos de plásticos. Según el PNUMA, el impacto de la pandemia en la reducción de emisiones de CO2 será insignificante: apenas 0.01% grados Celsius menos en un horizonte al 2050. Seguimos muy lejos de la ruta para evitar llegar a 2 grados por encima del nivel preindustrial.

Por otra parte, efectivamente hay signos de esperanza para comenzar con el pie derecho un año de prueba. En enero, con la incorporación de Estados Unidos, países que son responsables de dos terceras partes de los gases de efecto invernadero se habrán comprometido a alcanzar la neutralidad de emisiones a mediados del siglo. La tecnología opera a favor, abaratando costos al grado de que hoy cuesta más operar la mayoría de las centrales eléctricas, como las de la CFE, que construir nuevas instalaciones renovables desde cero.

Más aún, a estas alturas, es indudable que el cambio climático ya es una mega tendencia en el ámbito de las inversiones: incluso los escépticos y negacionistas no pueden sino reconocer que marcará y transformará la economía.

Tesla va a ingresar al S&P 500 con una capitalización de mercado de unos 500,000 millones de dólares, más que cinco empresas de energía del índice juntas. Pero más allá del caso excepcional, ni empresas, ni inversionistas, ni mercados podemos evadir que, al margen de los efectos del fenómeno del cambio climático per se, ya son inevitables las implicaciones en regulación, precios y carga fiscal al carbono, obligaciones de divulgación de riesgos financieros relacionados y exigencias tanto de ciudadanos como de consumidores. Todo se aceleró con la pandemia y apunta a ir más rápido con la administración Biden.

Entre tanto, el 90% de la nueva capacidad energética instalada en el mundo en 2020 correspondió a fuentes renovables y se espera que las tecnologías solar y eólica superarán en capacidad instalada al gas natural y al carbón antes de cinco años.

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Los glaciares suizos se derriten a un ritmo preocupante

La transición implica oportunidades de inversión formidables en las más diversas áreas: construcción de infraestructura, equipamiento, bienes raíces o insumos como los metales que se usarán en el almacenamiento de energía. Todo lo que se necesitará en los próximos 15 o 20 años en el proceso de descarbonización de la economía, incluyendo soluciones de conservación, que aportarían más de 30% de las reducciones de emisiones, pero también en las medidas de adaptación.

El cambio climático motiva una eclosión de innovación y desarrollo sin precedentes, salvo los de las revoluciones industrial y digital. El que esta última coincida en el tiempo es otro punto a favor: la economía de la inteligencia artificial y el Internet de las Cosas multiplica la capacidad de avanzar en los retos y las oportunidades ambientales.

Por eso hoy también hablamos de una revolución en la producción, distribución y consumo de alimentos, así como de la revolución de la inversión de impacto, que precisamente significa poner en sintonía al capital y a las empresas con los grandes desafíos de la humanidad, lo mismo agua, salud y educación que las desigualdades sociales y de género.

Por si las necesidades y las oportunidades no fueran suficientes, está el factor riesgo en la valuación de los portafolios: nuevamente, no sólo la exposición ante cambios y catástrofes ambientales que comprometan los activos, sino cobertura de cumplimiento regulatorio o de la lealtad de clientes, consumidores, proveedores e inversionistas.

Estamos ante motores de inversión y crecimiento que, en términos de oportunidades, llegan a su punto de maduración justo ahora. El 2021 debe el año de despegue. Cada país, cada empresa, cada uno, tenemos que preguntarnos si asimilamos la lección del 2020.

Nota del editor: Rodrigo Villar es un emprendedor social y Socio Fundador de New Ventures, donde busca transformar la manera tradicional de hacer negocios y crear un nuevo modelo empresarial que perciba el impacto como status quo. Cuenta con un MBA del Royal Melbourne Institute of Technology y estudió la carrera de Contabilidad y Administración Financiera por el Tecnológico de Monterrey. Síguelo en Twitter y/o en LinkedIn . Las opiniones publicadas en esta columna pertenecen exclusivamente al autor.

Consulta más información sobre este y otros temas en el canal Opinión

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