La economía lineal consiste en un sistema de “tomar-hacer/producir-desechar”, y es el corazón productivo del sistema económico actual, invención concebida en y para otra época. Este modelo de producción carece del equilibrio y la racionalidad de la naturaleza que lo abastece; hace falta dotar de esta eficiencia sustentable a un nuevo modelo productivo en una transición requerida y cada vez más apremiante.
En respuesta a esta premisa, la economía circular propone ciclos cerrados de producción, a través del empleo reformador de materias primas ya procesadas para crear productos, es decir, desechos de productos para crear nuevos.
En México el tema de la economía circular es algo reciente. En 2019 se firmó el Acuerdo Nacional para la Nueva Economía del Plástico, iniciativa no expedida por el gobierno mexicano sino por la Fundación Ellen McArthury, el cual fungió como un gran paso para incursionar hacia este modelo necesario para brindar la debida atención y tratamiento a los recursos existentes en el mundo.
Aunque tarde, es bueno que como país incursionemos en estos nuevos modos económicos; sin embargo, surge el siguiente supuesto: en México ya es difícil emprender debido a la carencia de apoyo gubernamental, si agregamos las exigencias de circularidad, ¿el número de emprendedores será menor?
Es imprescindible que la normatividad en torno a la economía circular brinde pautas para una transformación que no amenace el desarrollo pleno de los negocios emergentes y que más bien se convierta en una nueva área de oportunidad para los emprendedores.
Hay consenso entre muchos actores en la importancia de que la población mexicana esté viviendo en un entorno de bienestar con propuestas que buscan erradicar la pobreza y garantizar el empleo. No obstante, esa búsqueda no fue diseñada a prueba de COVID-19.
Es ahora que una transición a una economía circular puede permitir aliviar y redirigir hacia uno de sus motivos principales, que es el bienestar social. En este sentido, integrarlo genera un aura de oportunidades en el corto y largo plazo, donde exista un ganar-ganar y se minimice la brecha de desigualdad en la distribución de los recursos.