Uno de los instrumentos financieros más relevantes para tal objetivo son los bonos verdes, cuyos fondos se destinan exclusivamente a financiar o refinanciar proyectos como energías renovables, infraestructura resiliente a desastres naturales, o transporte sustentable.
Los bonos verdes aún representan una proporción reducida del mercado de deuda global, pero lo interesante ha sido su crecimiento exponencial. Tan sólo en 2021 se espera que se emita una deuda de 500,000 millones de dólares, casi el doble de lo emitido durante más de una década, de acuerdo con el banco sueco SEB.
Otro ejemplo es el de la Unión Europea, quien anunció la emisión de bonos verdes por 225,000 millones de euros como parte del plan de recuperación económica, lo cual equivale a un tercio de los recursos de dicho programa.
Esto es una señal clara del cambio de paradigma financiero que corresponde a las declaraciones de líderes como el primer ministro británico, Boris Johnson, quien se ha comprometido a que Londres se convierta en el centro financiero líder en finanzas sustentables.
A pesar del creciente entusiasmo por los bonos verdes, hay críticas que señalan que el diseño de estos productos no es suficiente para lograr una transición creíble. En primer lugar, aún hay una falta de definiciones que determinen lo que es “verde” o “sustentable”.
Esto crea sospechas acerca de prácticas desleales como propaganda falsa de acciones sustentables (greenwashing, en inglés). La Unión Europea es la primera autoridad que implementará una taxonomía que permita aclarar estas consideraciones en 2022.
En segundo lugar, los fondos de los bonos verdes sólo pueden ser utilizados para proyectos con bajas o cero emisiones de carbono. Sin embargo, el tránsito a la neutralidad de carbono requiere mayores esfuerzos por descarbonizar los sectores más contaminantes como los de la minería, petróleo, gas o aviación.