No obstante, hoy tenemos evidencia de que esta crisis de cuidados se parece más a una crisis educativa que amenaza a las nuevas generaciones de talento de nuestro país.
La semana pasada el Inegi publicó la Encuesta para la Medición del Impacto del COVID-19 en la Educación, la cual dimensiona la experiencia educativa de personas de 3 a 29 años a raíz del cierre de las escuelas.
El resultado principal fue que 5.2 millones de niñas, niños, adolescentes y jóvenes abandonaron la escuela por la pandemia, principalmente porque las clases a distancia son poco funcionales para el aprendizaje, así como por problemas económicos.
El grupo más afectado fueron las y los jóvenes que cursan preparatoria y universidad, los cuales acumulan 3.9 millones, equivalente al 75% de los desertores. A esta cifra hay que sumarle 3.6 millones adicionales que también dejaron la escuela porque tenían que trabajar.
Si estos jóvenes no retoman sus estudios comprometerán sus ingresos a futuro. En México, el salario promedio de una persona con secundaria es de 6,464 pesos mensuales, que es 11% menor al de alguien con preparatoria y poco más de la mitad de lo que gana alguien con licenciatura.
El siguiente grupo más afectado son las y los estudiantes de primera infancia, donde casi el 14% de los alumnos de 3 años y el 6.7% de 4 y 5 años dejaron la escuela. Esto podría retrasar el desarrollo de habilidades socioemocionales que son básicas para un mejor desempeño en la vida adulta.
En un contexto de profunda incertidumbre como el que generó el coronavirus, era necesario cerrar las escuelas. No obstante, México es uno de los 19 países del mundo que no las ha abierto desde marzo de 2020. En este largo tiempo han surgido otros riesgos como violencia familiar, incremento de peso , sedentarismo y mayor vulnerabilidad ante pedofilia y pederastia que nos exigen diseñar una mejor estrategia alrededor del sector educativo.
Casi seis de cada 10 estudiantes tienen mucha o algo de disponibilidad para regresar a la escuela en cuanto el gobierno lo permita. Por ello, en un país tan heterogéneo como México, esto debería ser una prioridad en las agendas estatales y municipales para identificar soluciones microscópicas e innovadoras que permitan que las y los estudiantes regresen de forma voluntaria, gradual y segura.