El presidente no sabía si se iba a curar, pero sí sabía que tendría a su disposición la mejor atención médica posible. Nada más alejado de lo que vive el pueblo. Cada vez oímos historias más cercanas sobre el horror de peregrinar buscando atención médica o sobre la búsqueda de tanques de oxígeno, hasta en el mercado negro , con tal de no ver morir a un familiar asfixiado.
A pesar de ello, el presidente se jacta de que su estrategia sanitaria se basa en la libertad. “En México no hay autoritarismos, está prohibido prohibir, todo es voluntario” dijo la semana pasada. No obstante, me parece que el presidente tiene una visión de libertad muy limitada. Para muestra, tres ejemplos.
El primero es la inexplicable aversión por el cubrebocas. Existe evidencia de que es la medida más barata y efectiva para evitar contagios. Con él, se protege a quien lo usa y a las personas a su alrededor, lo que puede ser trascendental en casos asintomáticos.
Sin embargo, al presidente se le olvidó que la libertad de una persona termina donde empieza la de los demás, lo que justificaría un mandato obligatorio para su uso. Más, cuando la economía de la mayoría depende de salir a trabajar.
El segundo ejemplo son los programas sociales. Si bien estos permiten que los beneficiarios obtengan un ingreso, aunque sea modesto, no son equiparables con un estado de bienestar. Según la evaluación más reciente de Coneval no previenen, mitigan, ni atienden riesgos que enfrentan poblaciones vulnerables en diferentes etapas de la vida. La falta de inversión pública en salud o educación de calidad condena a los pobres a no tener un futuro mejor. ¿Dónde quedó su libertad?