Paralelamente, en lo que a pobreza laboral respecta, el Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (CONEVAL) reportó que aumentó más de tres puntos porcentuales, de 35.6% a 39.4% en el primer trimestre de 2021, respecto al mismo trimestre del año pasado.
Todos expresamos, sin duda, una preocupación por el aumento acelerado de la pobreza en el país y por la ausencia, hasta ahorita, de una estrategia integral y suficiente de recuperación, con la participación de todos los sectores.
El vivir en una situación de pobreza laboral implica menor capacidad económica, disminución en la calidad de servicios de salud, alimentación, recreación, entre otros, en resumen, en un decrecimiento más significativa en la calidad de vida y que impacta más allá de la persona y la gente que la rodea.
Ya, en suma, el desempleo y la pobreza laboral representan en sí un grave deterioro en materia económica, también forman una combinación a la que los equipos encargados de la gestión del capital humano en las empresas le deben de prestar bastante atención. Es una mezcla a la que, si no pone atención, puede perjudicar la operación diaria de un negocio al ser afectado el bienestar de sus colaboradores.
Ya ha sido ampliamente comentado que el bienestar laboral puede ser afectado por factores tales como la incertidumbre por la situación económica y social del país, una excesiva carga de trabajo, disminución en la interacción social, preocupación por la salud debido a COVID, entre otros.
Si a estos adherimos el factor pobreza social, las probabilidades de afectaciones psicosociales en los colaboradores de las empresas aumenta exponencialmente traduciéndose en riesgos de ciberseguridad, extorsiones, disminución en la capacidad de tomar decisiones, no distinguir lo correcto de lo incorrecto, hacer uso incorrecto de la información y varios más, que al final, afectan a toda la organización.