Frente a eso, consideraba que había la necesidad urgente de reconciliar a los dos Méxicos, pues ambos tiraban en direcciones opuestas, reduciendo el crecimiento del PIB y el progreso en los niveles de vida.
En 2019, el mismo instituto -brazo de análisis económico y empresarial de McKinsey & Company- dio a conocer el estudio titulado Latin America’s missing middle of midsize firms and middle-class spending power, que llamaba a impulsar el crecimiento inclusivo y a la adopción de tecnologías digitales para reavivar el círculo virtuoso del crecimiento y ayudar a las empresas a competir.
El tiempo ha pasado en vano.
“¿Dónde estamos? Peor. El gap de productividad de las empresas grandes frente a pequeñas y medianas ha empeorado”, dice Alberto Chaia, senior partner de McKinsey & Company, basado en la oficina de México. “¿Qué seguimos viendo? Si ves el decil más grande de ingreso de las empresas de México (75% aproximadamente), está conformado por las mismas empresas de hace 15 años; en Brasil hablamos de una tercera parte y en EU es menor a 15%”.
Dura realidad. No hay un ecosistema que permita la movilidad y la generación de nuevas empresas grandes. “Lo que seguimos viendo es un sector empresarial estancado, con pocas ganancias de productividad; las ganancias siguen viniendo de los mismos de hace 20 años”, añade Alberto Chaia.
¿Cómo puede explicarse que la segunda economía más potente de América Latina apenas celebre la conformación de unicornios? ¿En los últimos 20 años, cuántas empresas mexicanas de tamaño medio ascendieron a las grandes ligas? ¿Qué ha provocado el estancamiento de la clase media empresarial? Van algunas razones: falta de financiamiento e innovación, y la permanencia de una cultura que le teme al riesgo.
“El empresario básico es de familia, no tiene condiciones propicias para desarrollar flujos de caja, no invierte en tecnología y le cuesta mucho la productividad”, dice Julio Millán, presidente de Consultores Internacionales S.C.