En esta columna resaltaré los aspectos claves para elaborar un plan de infraestructura de cero emisiones netas y contrastarlo con el enfoque de los principales proyectos de infraestructura de América Latina.
Reemplazar la infraestructura que se ha construido durante las últimas décadas es un reto similar al de periodos de guerra, donde los mercados privados no serán suficientes para cubrir el capital necesario. Por lo tanto, la intervención estatal será clave tal y como lo podemos observar en China, Reino Unido o Estados Unidos.
El sector público tiene que trazar la ruta de descarbonización y cubrir los costos hundidos que los inversionistas privados no están dispuestos a absorber en materia de infraestructura.
Un ejemplo que ayuda a entender el papel clave del Estado es la transición a vehículos eléctricos. Los países desarrollados están entrando a una rápida adopción de esta nueva tecnología y, aun así, el sector privado no está dispuesto a desplegar infraestructura para recargar las futuras nuevas unidades.
Veremos en los próximos años cómo el gobierno tendrá que ser el encargado de cubrir esta necesidad antes de que la demanda genere incentivos necesarios para que el capital privado decida participar. Esta situación aplica para todo tipo de redes de infraestructura verde que necesitan reemplazar a aquellas intensivas en emisiones de carbono.
Uno de los primeros pasos para que los países de América Latina tracen una ruta creíble y ambiciosa hacia economías bajas en carbono es diseñar un plan de infraestructura de cero emisiones netas. No hay atajos, ni se puede evitar este paso.
La primera prioridad son las redes de fibra óptica, ya que se requiere gestionar una gran cantidad de datos para el funcionamiento de sistemas eléctricos, caminos y líneas férreas. Particularmente, la red de fibra óptica debe soportar la intermitencia derivada de renovables e interacciones entre redes locales, almacenamiento, generación local y baterías.
El segundo eje prioritario es la infraestructura eléctrica, que está interrelacionado con el primero. Electrificar la mayor parte de las actividades que hoy usan combustibles fósiles será crucial para la descarbonización, en tanto logremos producir la energía que demandamos de forma sostenible.
El tercer tema clave es el transporte. La transición de este sector implicará más electricidad y sistemas de comunicación inteligentes y, por otro lado, menos combustibles fósiles. Los planes de infraestructura deben anticipar cómo las redes de caminos y vías férreas serán compatibles con un mundo descarbonizado.