La formalidad es asfixiante. Todos los pagos deben efectuarse y recibirse a través del sistema financiero, en cuentas bancarias plenamente identificables para efectos tributarios. Si son patrones, tienen que dar de alta a sus trabajadores en el IMSS e Infonavit, enterar las cuotas y aportaciones respectivas, y pagar el Impuesto sobre la Renta retenido sobre salarios.
Las reformas de las últimas cuatro décadas han insistido en la necesidad de ampliar la base de contribuyentes, en referencia a la incorporación de los informales al régimen ordinario de tributación. En 2021, el estribillo se escucha en foros académicos, profesionales y legislativos. Sin embargo, la reiteración delata que los intentos del pasado han sido fallidos y el fenómeno no solo no ha decrecido, sino que ha aumentado, como lo demuestra la estadística oficial.
Los eslabones de la informalidad son poderosos y añejos. Históricamente, numerosas actividades económicas se realizan por dinastías familiares que, ligadas entre sí, operan a la manera de monopolios empresariales. En esos círculos es impensable el transfuguismo de sus integrantes. La mofa de sus pares no es el problema, sino padecer el escarnio de quedar excluido de un mundo cuya singularidad solo ellos entienden y dominan. Refugiarse en los brazos del SAT no es su mejor opción.
Una consecuencia natural y entendible —identificado por el gobierno federal— es el cruce de negocios entre el sector formal y el informal, con frecuencia con la intermediación de empresas fantasma, el manejo de contabilidades paralelas y el uso de tarjetas de crédito que no se reportan al fisco federal. El campo de interacción es amplio y en él destacan las gasolineras y restaurantes, al igual que personas físicas que prestan servicios independientes.
Los circuitos de la ilegalidad son inescrutables. Importantes segmentos se integran a cadenas ligadas con el contrabando, la piratería y el lavado de dinero asociado al narcotráfico. Es dinero fácil y lucrativo. En los criterios de riesgo no está el cumplimiento de las leyes fiscales, sino malquistarse con los jefes de las mafias. Así visto, los capos de las drogas son el arquetipo de la informalidad.
El nudo gordiano se aprieta en el sistema financiero. Desde hace tres lustros, la legislación exige que los bancos cuenten con la información completa y veraz de sus cuentahabientes, en especial su registro federal de contribuyentes. El rezago es descomunal, propiciando que los tentáculos de la informalidad se desplieguen con holgura e impunidad.