La educación superior que se imparte en la universidad, a fin de cuentas, es un agente de cambio sumamente potente en múltiples dimensiones.
En primera instancia, al formar a jóvenes, en cuanto a conocimientos técnicos, pero también en el plano de valores y principios éticos, se abona al crecimiento profesional y personal del estudiante. Quienes obtienen un título universitario cuentan con mayores oportunidades de empleo y, en general, pueden acceder a una mejor calidad de vida, para ellos y sus familias.
Los estudios universitarios se asocian con la movilidad social; en países como China y Chile, que han logrado sacar a millones de personas de la pobreza en las últimas décadas, las universidades jugaron un rol relevante en la creación de una fuerza laboral capacitada para atender el crecimiento del mercado y la industria.
Así, la experiencia universitaria dota de conocimientos y habilidades útiles a aquellos que cursan sus programas académicos, ya sea a nivel licenciatura, o bien, a nivel posgrado. Se trata de un beneficio directo, sustancial, y medible.
Ahora bien, desde luego, el alcance de la educación universitaria no se limita al alumnado que consigue graduarse tras pasar por los salones de clase, sino que trasciende para incidir en el entorno social, cultural, económico y político.
Más aún, el objetivo final de cualquier universidad responsable siempre será asumir el compromiso de construir un mejor presente y un mejor futuro. Dicha vocación de orden social es inherente a las instituciones de educación superior, tanto públicas como privadas.
De este modo, la actividad universitaria no se reduce a la producción de licenciados, maestros y doctores. La universidad, igualmente, ejerce como incubadora de proyectos de negocio que detonan la economía, patrocinadora de acciones sociales para ayudar a grupos en situación de vulnerabilidad, espacio de discusión para dar vida a ideas innovadoras, entre otras cuestiones de interés común.
Por tanto, de manera indirecta, aunque contundente, las instituciones universitarias contribuyen al bienestar de la población en sentido amplio, aunque a veces, esta realidad sea pasada por alto o subestimada.