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Una reflexión sobre meritocracia

Siendo que el mérito es una cuestión de integridad, es ejemplar quien emplea habilidades y talentos para ponerlos al servicio de la comunidad, considera Guillermo Fournier.
mié 24 noviembre 2021 12:04 AM
Una reflexión sobre la meritocracia
Defender el mérito es defender las libertades, honrar la virtud humana, y apreciar los valores cívicos, apunta Guillermo Fournier.

(Expansión) - Por naturaleza, los seres humanos buscamos trascender. Desde temprana edad aparecen metas que nos brindan sentido de vocación, así como también forjan nuestra personalidad e identidad.

Quien respira a su vez aspira; la inconformidad nos acecha en todo momento. El instinto nos lleva a pretender maximizar la satisfacción y evitar el dolor; la razón nos invita a encontrar formas de llegar más lejos, vivir mejor, y ser más plenos.

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Ahora bien, muy temprano aprendemos que el placer, el éxito, y la felicidad no son aspectos que se den por sentados, sino que exigen de esfuerzo por parte de quienes los persiguen. Aquello que vale la pena, por lo general, precisa de tiempo y sacrificio para ser alcanzado.

Es entonces que toma relevancia el concepto del mérito, que se relaciona con el merecimiento de quien obtiene un determinado bien o disfruta de una condición favorable. La meritocracia tiene cabida en las sociedades donde se privilegian las libertades y se establece la igualdad en derechos, al menos sobre el papel.

Bajo el supuesto meritocrático, los sujetos que aprovechen sus talentos y habilidades destacarán en diferentes actividades de desempeño, siempre y cuando, trabajen lo suficientemente duro para ello.

Por supuesto, considero que la cultura del esfuerzo es uno de los pilares sobre los cuales debemos construir un paradigma de principios y valores.

Es sano que los niños cuenten con sueños por cumplir; es razonable que la juventud anhele mejores prospectivas de futuro; los trabajadores tienen todo el derecho a pensar en ascensos e incrementos salariales; y las personas mayores merecen una vida productiva y feliz.

Sin aspiraciones, la humanidad jamás hubiese evolucionado. Los avances científicos y tecnológicos nos son posibles donde no hay interés por explorar para comprender el universo y descubrir cosas nuevas; sin ganas de trascender, las grandes empresas que hemos realizado como especie no hubieran sido factibles.

¿Constituir sistemas de gobierno democráticos, viajar a la Luna, crear una vacuna para combatir el COVID-19? La voluntad por hacer, aunada al talento y la colaboración permitieron estas proezas tan importantes para los seres humanos. Ahí está el mérito en su máxima expresión.

Trabajar para conseguir nuestras metas es sumamente gratificante. El talento es insuficiente cuando no va acompañado de compromiso, visión y mucha paciencia. Si el recorrido de los mil kilómetros comienza por el primer paso, el mérito consiste en aprender de los obstáculos presentes en el camino y no desistir en el propósito de seguir avanzando.

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Al final, todo esfuerzo emprendido conlleva una recompensa. La mayoría de los individuos que trabaja de manera diligente e inteligente cosecha éxitos. No hay culpa en ello, sino mérito.

No obstante, me parece que sí existe una responsabilidad moral de quienes tienen la dicha de alcanzar el éxito. Ser solidarios ante la necesidad de los demás, no solo es un deber, sino que nos hace más humanos. La generosidad es una virtud que satisface enormemente a aquellos que la practican, mientras que el egoísmo tiene un efecto corruptor.

En este orden de ideas, la trascendencia no es sinónimo de dinero, fama o reconocimiento; siendo que el mérito es una cuestión de integridad, es ejemplar quien emplea habilidades y talentos para ponerlos al servicio de la comunidad.

En otras palabras, trascender es dejar huella y causar un impacto positivo. Aspirar a ser mejor, es indispensable, ya que esta pulsión es parte de nuestra esencia. Qué hacer con nuestras capacidades y logros es una asignatura propia de la ética; un asunto no menor que debemos observar a conciencia.

Defender el mérito es defender las libertades, honrar la virtud humana, y apreciar los valores cívicos. Eso sí, hace falta construir una visión colectiva que aspire a ser inclusiva, para no dejar a nadie fuera del terreno de las oportunidades y el progreso.

La educación, la dignificación del trabajo, y la igualdad de oportunidades serán las mejores aliadas para un auténtico estado de meritocracia que se traduzca en bienestar para todos y todas.

Nota del editor: José Guillermo Fournier Ramos es docente en la Universidad Anáhuac Mayab. Vicepresidente de Masters A.C., asociación civil promotora de la comunicación efectiva y el liderazgo social. También es asesor en comunicación e imagen, analista y doctorando en Gobierno. Síguelo en Twitter y en LinkedIn . Las opiniones expresadas en esta columna pertenecen exclusivamente al autor.

Consulta más información sobre este y otros temas en el canal Opinión

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