Vino desde su lugar de residencia, nos conocimos personalmente y en conjunto fue una experiencia muy agradable. Por cierto, no pagué nada a la plataforma electrónica, porque no contraté ningún servicio de promoción en ella. Pero me quedé pensando si estas plataformas y la nueva economía digital incrementan o reducen el proceso inflacionista en el que estamos entrando en el mundo.
Que la inflación global era más que previsible, después de tanto dinero inventado, solo lo podían negar a principios de años los Bancos Centrales, quizás como parte de su oficio, quizás por falta de capacidad de intervención en la economía productiva. Pero, en cualquier caso, ya se ha convertido en el problema más importante en términos económicos de los próximos tiempos para empresas y consumidores.
Una forma de ver la inflación es la caída de valor del papel moneda. Los productos y servicios en realidad no cambian de valor, o en todo caso lo hacen coyunturalmente por cambios en la oferta y la demanda. Cuando hay más dinero en circulación, lo que pierde valor es el dinero, no los bienes materiales. Y como consecuencia de ello a los asalariados les alcanza para menos y los pobres se vuelven más pobres.
Los precios de origen se establecen inicialmente en subastas, que ahora son cada vez más electrónicas. La inflación que estamos viviendo ahora responde a un exceso de liquidez global y gigantesco inyectado desde antes de la pandemia y potenciada durante los confinamientos, que con mercados ahorcados en los últimos meses por las cadenas de suministro y la infame invasión rusa, ha provocado un desequilibrio entre la oferta de dinero y la disponibilidad de materias primas y productos elaborados en los mercados mayoristas globales.
Y desde ahí el alza de precios se va trasladando al resto de mercados y a los servicios como una correa de transmisión. Tenemos el ejemplo en Estados Unidos donde los precios de la publicidad en TV están subiendo mientras la audiencia está cayendo. Hay más dinero, más inversión para un limitado inventario publicitario.
Es un shock de oferta temporal que no debería generar una recesión económica, como bien ha apuntado recientemente en Valencia (España) Paul Krugman, premio Nobel de Economía. Pero ahora la amenaza de recesión se convierte en profecía autocumplida cuando la subida de tipos de interés y el giro de los Bancos Centrales va a provocar un drenaje de dinero de la economía real, y una fuerte restricción de la inversión, confirmando e incluso apalancando la recesión.
Justo ahora cuando la mayoría de materias primas (excepto gas y petróleo) están empezando a bajar (en promedio un 12% desde máximos de junio y un 7% en lo que llevamos de año) y las cadenas de suministro empiezan a ser completamente operativas, ya no hay quien baje los precios al consumidor. La inflación ha venido y cuando llega, se queda dos o tres años. Lo más triste para una economía, la estanflación o inflación sin crecimiento.
Hay quien opina que las tecnologías favorecen el incremento de los precios, especialmente en los servicios. Si por ejemplo ahora es más fácil cambiar los precios del menú electrónico de un bar o restaurante (ese que ahora se lee con el teléfono móvil mediante un código QR), los precios van a subir más fácilmente. Porque además la gente no se va de un restaurante una vez que se ha sentado, aunque no esté de acuerdo con el precio de una cerveza, por decir algo. No delante de la novia o de los amigos.
Pero la proliferación de las plataformas de comercio electrónico con algoritmos de precios dinámicos (el regateo de toda la vida, ahora automatizado y de alcance regional o global) impulsan la competencia y los precios a la baja. Globalmente.
Por ejemplo, el mercado publicitario digital está automatizado con procesos de subasta de tarifas en tiempo real entre anunciantes y medios de comunicación. Y si bien el medio elige en milisegundos el anuncio que paga más, las marcas tienen millones de sitios donde encontrar su audiencia. La competencia es global.