La muchacha en cuestión se dedica a hacer dibujos geométricos por computadora que vende por el mundo. Se llama “arte generativo”: ella programa un algoritmo, o sea, unas instrucciones matemáticas que crean cientos de piezas que no existen hasta que se venden. Entonces se generan y un componente de azar adicional decide cómo serán los trazos exactos y particulares de cada obra.
En seguida un NFT (“non-fungible token” o certificado digital que otorga valor al archivo digital) registra la transacción a esa pieza de arte y demuestra la propiedad única del individuo. No hay un ente regulador: la cadena de bits es un registro público sin dueño, una base de datos cuya escritura se gestiona de forma distribuida, y cuya integridad se protege criptográficamente. Sus miles de compradores están encantados, decía ella.
Las tecnologías cripto prometen añadir a internet una capa que ordene la propiedad y cuya existencia, singularidad e historial de transacción se pueden verificar. Y eso ofrece “formas realmente digitales de poseer cosas de valor” y claro, vendérselas a otra gente.
Que el comercio de NFT puede estar en mitad de una burbuja lo sospechamos muchos, pero lo dicen pocos. Uno de ellos es el premio Nobel de Economía Paul Krugman, quien escribió recientemente en The New York Times, que ve desagradables similitudes con la crisis de las hipotecas basura de los años 2000: los activos digitales se han vuelto extraordinariamente populares entre la población menos educada financieramente. Y aunque es poco probable que las criptomonedas, que no tienen el peso de ningún sector económico relevante, provoquen una crisis económica general, alguien saldrá perdiendo en todo esto.
Es posible que quienes seguimos siendo incapaces de ver para qué sirve la criptoeconomía, no nos estemos enterando de nada. Tal vez la fluctuante valoración del bitcoin y las otras criptomonedas representen algo más que una burbuja especulativa. Pero ¿podemos hacer algo con esta tecnología? Brian Eno no les ve ningún poder transformador, algo que añada valor al mundo y no solo a una cuenta bancaria.
Puede parecer absurdo que alguien pague millones por ser el legítimo dueño del dibujo de un geranio, 400 años después de la burbuja de los tulipanes. Pero las personas pagamos por señalizar pertenencia y estatus. Si tienes un reloj caro, no es porque sea un objeto mejor que otro bonito y barato, sino porque te gusta que sea escaso y original, además de lo que digan de ti. ¿La gente disfruta más cuando vive la experiencia o cuando la comparte después en Instagram? La distancia entre decir “qué reloj más bonito” y “qué avatar más bonito” es decreciente cada día que pasa.