En esa tarea de disección, no dejo de valorar a Catalina y mis años de investigación doctoral como parte de ese entrenamiento diario para revisar, incansable, las partes de un problema social.
Muchos coaches se dedican a dar recetas sobre cómo hay que vivir. Sus sexytips hacen que parezca que la vida es sencilla, poco compleja. Subestiman a la audiencia que, huérfana, clama por gurús de moda.
Hay que mirar el laberinto de un problema con atención para ver sus recovecos y sus posibles salidas. Y aquí está el punto: muchas veces las ejecutivas y ejecutivos traen un problema rotulado que no es su problema real. Un problema tiene aristas y dependiendo de muchas cuestiones (emocionales, profesionales, de relacionamiento, etc.) uno se entretiene con alguna de esas aristas en lugar de mirar a la cara al verdadero núcleo del problema.
Si uno sólo soluciona las aristas distractivas no termina de erradicar la raíz del problema y allí brota la frustración. Si mi lente enfoca mal al árbol, la foto del bosque no quedará ni nítida ni bella. Para el fotógrafo, enfocar es clave, incluso más importante que el paisaje en sí. Por eso la foto de una simple hoja verde puede ser majestuosa si la luz y el color logran su cometido.
En estos tiempos de acelere constante, de fuga hacia adelante, de superficialidad e inmediatez, la detención en el problema y su análisis han perdido relevancia. Eso va en detrimento de cualquier tipo de resolución. En medio de la premura y de la escasez de tiempo, damos soluciones mediocres a problemas periféricos. Todo mal.
Y estoy hablando de problemas densos como el sentido que le quiero dar a mi carrera profesional o sobre cómo maridar mi vida personal con mi trabajo. Problemas que yacen en el corazón del ser humano, pero que son resueltos casi al pasar, sin detenernos en cómo eso modifica muchas otras cuestiones.
Entonces, es útil preguntarse: “¿este problema es mi problema central? ¿Qué otras aristas puede tener? ¿Qué otros conflictos puede generar(me) a futuro?”.