El temperamento de una persona líder se mide precisamente en tiempos de adversidad, ya que el manejo de crisis salta a relucir los talentos y eventuales deficiencias de quien está en posición de mando.
La buena noticia es que podemos hacer una descripción de aquellas cualidades que precisa un tomador de decisiones para optimizar resultados y consolidarse como responsable en jefe, dentro de la organización o institución en la que se desempeñe.
En primera instancia, el buen criterio es indispensable. Esta aptitud, que en el mundo anglosajón se conoce como judgement, precisa de dos elementos: sensibilidad y preparación.
Gracias a la experiencia propia de la vida profesional se van acumulando aprendizajes útiles para lidiar con desafíos de cara al futuro. En este orden de ideas, el líder adquiere una suerte de intuición u olfato, a través del cual pueden identificarse ciertos aspectos que, de otro modo, escaparían a la vista. Por supuesto, esta sensibilidad es de gran ayuda a la hora de tomar decisiones.
Por otro lado, la preparación exige de estudio, análisis riguroso y procesamiento de información, preferentemente, de la mano de un equipo de trabajo con perfiles complementarios y competentes. Sin un diagnóstico sólido construido a partir de información suficiente, tomar una decisión de relevancia puede ser temerario, e incluso altamente riesgoso.
En segundo término, hace falta capacidad de resolución. Aunque esto pudiera parecer lógico, hay muchas personas en posiciones de liderazgo que vacilan o se muestran timoratas al tomar decisiones. Lo anterior ocurre particularmente en escenarios donde la elección implica consecuencias profundas y, por tanto, el peso de la responsabilidad recae sobre los hombros de quien decide.
Por ello, el directivo o líder es, por definición, de carácter valiente, consciente del impacto que sus acciones tienen en su entorno. Las personas resolutivas, así mismo, comprenden lo fundamental de contar con una visión de largo aliento, teniendo en mente, no solo el porvenir inmediato, sino la trascendencia de sus decisiones a mediano y largo plazo.
Al auténtico líder no le tiembla la mano en el instante de decidir y tiene la madurez de entender lo que cada determinación representa para él mismo, y para la organización o institución de la que forma parte.
Como tercer y último punto, un tomador de decisiones debe ser pragmático sin dejar a un lado los valores y principios que rigen su conducta. Aquí, el concepto de practicidad es sinónimo de implementar la solución más viable y efectiva para resolver un asunto puntual.