El énfasis en maximizar la producción en favor de incrementar las ganancias también se tradujo en una suerte de obsesión por los resultados sin miramientos que, en muchas industrias, desembocó a la par en deshumanizar el trabajo, reduciendo a los operarios a meras piezas dentro del engranaje de funcionamiento de las organizaciones.
Así, en el contexto hipercapitalista, los trabajadores son elementos desechables. Infortunadamente todavía hay empresas que no ven a sus colaboradores como personas, sino como insumos para generar utilidades.
El problema, más allá de consideraciones éticas, es que se trata de una visión sumamente limitada que a mediano y largo plazo demuestra ser contraproducente.
Claro está, las empresas se integran por personas con responsabilidades asignadas y posiciones definidas en la dinámica organizacional. Cada colaborador dispone de una formación específica con perfiles distintos que deberían ser complementarios en atención a los objetivos que se plantean.
Idealmente, el líder o gerente conoce las habilidades, fortalezas y áreas de oportunidad de cada uno de los miembros de su equipo de trabajo. En el mismo sentido, quien ocupa una posición de mando asume la responsabilidad de identificar lo que motiva e inspira a sus colaboradores.
Cuando no es así, predomina una desconexión en cuanto a la dimensión humana se refiere, entorpeciendo el óptimo funcionamiento del área o departamento en cuestión. El auténtico líder establece vínculos con los trabajadores de la organización, convirtiéndose en un mentor e impulsor del talento humano.
Deshumanizar la interacción entre el líder y su equipo de trabajo implica romper la apertura en los procesos de comunicación y retroalimentación, además de imponer una cultura del miedo, en detrimento del ambiente de confianza que debiera ser la norma en grupos de trabajo de alto desempeño.
Exigir resultados sin tomar en cuenta la dimensión humana de los colaboradores (familia, salud, aspiraciones legítimas, etc.) genera un desgaste tremendo, incluido el tan temido burnout que suele desembocar en elevada rotación de personal.
Desde luego, esto acaba siendo costoso para la empresa. En cambio, cuando los trabajadores sienten que se toman en cuenta sus necesidades y se valoran sus aportaciones, el resultado es diametralmente distinto.