El anuncio del presidente de Estados Unidos, Joe Biden, de proteger la totalidad de los depósitos de los ahorradores del SVB —el monto máximo vigente en ese país es de 250,000 dólares— fue una clara señal de intervención gubernamental para evitar una pérdida de confianza de mayores alcances que pudiera afectar a otros bancos.
Antes de su quiebra, el SVB era poco conocido más allá de las fronteras de nuestros vecinos. El respaldo inmediato a las medidas y un mensaje sobre el control de la situación por parte de la directora del Fondo Monetario Internacional, Kristalina Georgieva, reflejan los temores latentes respecto a los famosos “peligros de contagio”, que caracterizan a un sistema financiero internacional con múltiples fisuras y desajustes.
En contraste con los regionalismos económicos que golpean al libre comercio, los grandes inversionistas mueven sus capitales en un mercado financiero global integrado, altamente tecnificado, ágil, con enormes potenciales de ganancias y con pocas restricciones. Es la búsqueda del equilibrio entre rentabilidad y riesgo, el móvil principal de los inversionistas sin fronteras y sin compromisos con la estabilidad económica de los países hacia donde destinan sus capitales.
El esquema parece funcionar y sigue avanzando sin grandes cuestionamientos hasta que la música se detiene, como expresa el actor Jeremy Irons en aquella famosa escena de la película Margin Call. En ella interpreta a un alto ejecutivo de una firma financiera, quien en plena madrugada se entera de que está a punto de estallar la burbuja del sector inmobiliario, causante —hoy lo sabemos—, de la peor crisis financiera del siglo XXI.
Es en la resaca de estas crisis cuando surgen las propuestas y en algunos casos las intenciones para construir un nuevo orden financiero internacional. Un pacto como el de Bretton Woods firmado al final de la Segunda Guerra Mundial, liderado por Estados Unidos como potencia hegemónica, que generó las condiciones de certidumbre y estabilidad para detonar un periodo de crecimiento económico acelerado y pleno empleo.
Cuando los mercados y las instituciones financieras se salen de control se avivan las demandas por una mayor vigilancia y supervisión por parte de los gobiernos. Sin embargo, en los tiempos de bonanza y expansión se privilegian los beneficios de generar condiciones propicias para la inversión financiera, pasando a un segundo plano el tema de la regulación.
La realidad es más compleja que esta dualidad. El diseño de un nuevo esquema de cooperación financiera requiere una visión creativa y flexible, que logre conciliar el desarrollo de los mercados financieros a partir de su dinamismo y propensión a la creación de riqueza, con una supervisión gubernamental flexible, que favorezca e incentive el crecimiento de los intermediarios financieros en sintonía con la economía productiva.
Por otro lado, es indispensable que los gobiernos cuenten con los mecanismos para monitorear e intervenir en los mercados de manera oportuna, de forma que tengan la capacidad de evitar la explosión de las burbujas financieras o al menos aminorar sus efectos.