En cambio, a Múgica, exgobernador de Tabasco, Ávila Camacho lo mandó lo más lejos que pudo, le designó gobernador de Baja California Sur, en donde jamás volvió a brillar en política.
El presidente ha hecho la prueba, una y otra vez, no importa el candidato, el caudillaje le permite ganar elecciones a la distancia y sin mayor esfuerzo. Coahuila es la excepción que confirma la regla, porque en otros estados ha llegado a acuerdos que le permiten imponer virreinatos federales, como los que existían en Oaxaca, Hidalgo, Sonora y el Estado de México, donde gobernó a sus anchas con anodinos personajes que vivieron bajo la espada de Damocles, mismos que entregaron dichas entidades sin gran aspaviento.
Marcelo Ebrard no puede, por más que intente, parecerse al prócer que López Obrador dibuja en su mente, cuando recuerda a los héroes que arrebató al PRI para construir la dinastía a la que presume pertenecer. Aunque no lo diga, lo ve como un afrancesado advenedizo que, por mero pragmatismo, le acomodó afiliar en aquel lejano 1994, dado que fue clave en el armado del último carro completo del PRI en el D.F. Su nexo magisterial, sumado al de Bejarano, puso la capital a sus pies. A partir de entonces, la capacidad de operar en el exterior le mantuvo como pieza útil, pero no más que eso. Durante mucho tiempo, fue el único cercano que hablaba inglés.
Ha seguido a pie juntillas, queriendo o no, la ruta que le marcara su mentor Manuel Camacho. Al igual que aquel, pensó durante años que arrancó el sexenio con media candidatura en la bolsa. También fungió, a lo largo del sexenio, como el comodín del gabinete, para todos esos asuntos complicados y enredosos que al presidente preocuparon. Sintió tenerlo todo, pero al final se quedó sin nada. El paralelismo de ambas trayectorias es innegable.
Sin embargo, a partir de ese fatídico discurso, un balde de agua helada cayó sobre él, por lo que se aferra a su última oportunidad, el entregarse a la charada de una consulta, asumiendo, ingenuamente, que al Ejecutivo Federal le pesaría que gane la auscultación, como cuando “cedió” la candidatura al actual presidente.
A diferencia de Monreal, él no prefiere ser nada. Ha trabajado por la candidatura y no se alineará fácilmente, no le interesa un cómodo destierro de oro. Sabe que el lunes podría estar renunciando a lo que sería su último cargo en el sector público federal. Si no es ungido, le pasará lo que a De la Fuente, cuyo único pecado fue el tener un perfil que podría crecer fuera del control de palacio, sí, como él, quedaría destinado a un cargo que se ejerza sin poder hacer política en México.