No han encontrado acomodo en el sector privado, dado que su expertise está perfilado para laborar en el sector público, por lo que están dispuestos a hacer concesiones que tiendan puentes con los que ahora gobiernan. Así es, la grandilocuencia de complejas estadísticas, los elaborados pronósticos y las citas de connotados premios Nobel no emocionan al empresariado, ya que no se traducen en ganancias. Por eso se cansaron de hacer presentaciones, al no traducirse ellas en contratos que sufraguen el costo operativo de sus oficinas.
Para entender lo que ocurre con nuestra moneda debe uno adentrarse en aquello que se sale del libro de texto. Una creciente economía informal, que no aporta cifras confiables, ni se ajusta a los principios que se enseñan en las grandes universidades del vecino país, debe ser el eje del análisis.
Las remesas no pagan impuestos, tienen origen y destino incierto y son potente torrente que no mengua con pandemias, recesión, ni con restricciones presupuestarias en el país de origen. A lo largo de último lustro, representan cerca 200,000 millones de dólares, a cambio de nada.
Pareciera que al gobierno de nuestro principal socio comercial el asunto le resultaría indiferente, pero no es así. Es cierto que hay números crecientes en la exportación, pero lo real es que no estamos vendiendo a precios adecuados. El tipo de cambio resta competitividad a los productos nacionales, aumentando la de lo que viene de allá. Aun así, debemos vender todo lo que se produce al mejor precio posible, lo cual no necesariamente inicia un círculo virtuoso en la cadena. En realidad, cada vez recibimos menos, mientras los costos se elevan. El impacto de las remesas permite, en muchos casos, mantener como mejor opción lo producido más allá del Rio Bravo. Nos recuerda aquella estrategia para abaratar el yen en los 80.
Adicionalmente, el Banco Central no se ha percatado que no sólo Brasil está en camino de pagar importaciones en moneda china, dejando de demandar dólares para pagarlas, lo que no es asunto menor.
En tanto, el Ejecutivo Federal decidió aumentar la oferta de ciertos productos, eliminando barreras arancelarias para abatir súbitamente los precios, lo que impactó negativamente la comercialización de muchos perecederos producidos en México. Así emergió un espejismo de corto plazo, sí, una artificial baja de precios, que compromete la rentabilidad en el sector agrícola, lo que, a la larga, ocasionará un rebote que nos llevará más allá del precio que se combatió.
La relación oferta-demanda del peso se ha distorsionado a tal grado que la fiabilidad de nuestra moneda como instrumento para medir la capacidad adquisitiva de los mexicanos, su uso como reserva de valor, y, más aún, su aptitud para medir el precio de las cosas, están seriamente comprometidas.
Todo comenzó con un claro y directo mensaje gubernamental: ya no habrá persecución a las operaciones del narco. El “dejar hacer, dejar pasar” se parece mucho al “abrazos, no balazos”, pero con un agente económico dominante muy distinto. Se trata de un modelo económico, en el que la legalidad es la variable flexible, tanto como sea necesario para evitar que el flujo que ocasionan esas actividades disminuya.