Después de ello llegamos a una reflexión muy interesante que le transmití a los nuevos licenciados en Ciencias Actuariales, Comunicación, Derecho, Humanidades, Filosofía y Letras, Psicología y Responsabilidad Social; la cual quiero pasar a todos los estudiantes de educación superior y es el hecho de contratar una hipoteca social.
La hipoteca social se adquiere por el hecho de tener acceso a una educación superior que permite tener una mejor perspectiva de la realidad, puntos de vista divergentes, capacidad de análisis y sí, mayores oportunidades.
En la situación por la que atravesamos, es fundamental formar generaciones con miras altas, con ideales nobles, con amor a ellos mismos, a su entorno y por supuesto a nuestro país. La ventaja de los perfiles humanistas es que sí colocan al ser humano en el centro, no como un medio sino como un fin; cuando ello se descuida es cuando vemos las grandes dificultades, porque se ve al hombre como un medio, generando grandes crisis y atropellos.
Por ello creo en la enseñanza, no tanto de conceptos sino de formación de personas, capaces de resolver conflictos, idear caminos, abrir brechas, con gran capacidad de introspección y análisis, pero también de comunicación, adaptación y la tan mentada resiliencia.
Hemos visto generaciones perdidas, pero estamos a tiempo de dar vuelta a ello, de retar a los jóvenes e impulsarlos a ser mejores, de predicar con el ejemplo y hacerles ver que no pueden ser indiferentes frente a la injusticia, desigualdad o la mentira.
En ese gran día apelaba a los jóvenes sobre la importancia del liderazgo, “los líderes están llamados a ir abriendo el camino, es, muchas veces, más cómodo ir tras el camino que otros recorrieron, pero no es el lugar a donde yo quiero estar o donde yo seré verdaderamente feliz, porque no es mi camino”.
Un viejo adagio señala que solo los líderes forman líderes; no podemos esperar que los jóvenes estén dispuestos a trascender cuando desde las aulas no es la educación que están recibiendo, donde hoy es un botín político y arma de amago pertenecer a ciertas corrientes del magisterio.
Lo que me alienta y nos debe ocupar es insistir a los jóvenes en que no sean víctimas del desaliento inducido por intereses externos, en ayudarles a vencer la mediocridad, el asumir su papel de liderazo, ofrecerles herramientas para su desarrollo, motivarlos, encaminarlos, no pelear sus batallas pero estar a su lado.
Cerraba esta emotiva celebración y mi intervención al señalar que “caminar por esta vida, muchas veces nos deparará desánimo, desilución o encontrarnos con el fracaso, pero se los aseguro, que cuando uno es dueño de sí, aprendemos infinidad de ocasiones más del fracaso que del triunfo sencillo y de las victorias fáciles. El fracaso no tiene, ni tendrá la última palabra”.