En la actualidad, un ser humano ubicado en la media de ingreso de cualquier país desarrollado vive en condiciones mucho más cómodas que el rey con mayor riqueza durante la Edad Media – pensemos en medicamentos, transporte rápido y seguro, o aire acondicionado-.
No obstante, los enormes logros tecnológico-científicos no han sido suficientes para erradicar la miseria, y todavía en el siglo XXI existen millones de personas que viven en situaciones paupérrimas, sin ser capaces de cubrir las necesidades mínimas de alimento y vivienda.
Más aún, la brecha de desigualdad entre ricos y pobres representa una herida abierta, tanto en países industrializados como en economías emergentes. Mientras que una élite minúscula acumula la mayor parte de la riqueza, aquellos menos afortunados saben que difícilmente podrán superar la precariedad que padecen.
El problema no es menor: más allá de consideraciones éticas, la pobreza es un mal que lastima a las sociedades e impide su pleno desarrollo. Ahí donde se deja atrás a un sector de la población, se frenan al mismo tiempo las aspiraciones de construir estados de paz, prosperidad y bienestar en sentido amplio.
Crecimiento económico. Los países de clases medias gozan de mercados de consumo vigorosos, lo cual se traduce en múltiples beneficios. Cuando los ingresos de las personas alcanzan para satisfacer necesidades elementales y además gastar los excedentes en otros rubros, la economía tiende a crecer.
En estas condiciones, un emprendedor tendrá mayor oportunidad de éxito al iniciar un nuevo negocio, puesto que el poder adquisitivo de los potenciales clientes les permitirá adquirir los productos o servicios ofrecidos.
En una economía sana y con vitalidad, el talento y la innovación son las responsables de que las empresas y los profesionistas destaquen respecto de la competencia, generando un círculo virtuoso para crear prosperidad.
Movilidad social. Las personas que viven en pobreza tienen opciones muy limitadas para superar su condición adversa. Para un niño que crece en una población rural remota, sin servicios públicos ni vías de comunicación eficientes, el futuro parece desolador.
Es probable que ese menor no asista a la escuela porque no haya un centro educativo en su pueblo, o se vea forzado a trabajar desde temprana edad para apoyar a la familia con los gastos.
La falta de oportunidades de la gente pobre muchas veces le lleva a migrar hacia otro país en busca de una mejor vida; en el peor de los casos, los jóvenes en desamparo apuestan por la criminalidad con la esperanza de abandonar la precariedad.
Por supuesto, tenemos ejemplos valiosos de individuos que, a pesar de tener todo en contra, salieron de la pobreza de la mano del trabajo y el esfuerzo. Son testimonios admirables, pero ¿qué pasa con los millones de mujeres y hombres que se quedan atrás?
Lo cierto es que debieran establecerse condiciones mínimas de oportunidades, mediante políticas públicas e iniciativas del sector privado, para que todas las personas puedan alcanzar una mejor calidad de vida y cuenten con lo indispensable para llevar a cabo cualquier plan o proyecto legítimo.