(Expansión) - Se habla poco de la infancia de las y los ejecutivos. Nuestra infancia es un espacio extraordinario de nuestras vidas por muchas razones. Una de ellas es que a lo largo de ella cada uno de nosotros aprendimos a lidiar con el mundo y sus dificultades. Y este lento aprendizaje fue generando respuestas a los estímulos de nuestro entorno familiar, especialmente en relación a la forma en que afrontamos las situaciones difíciles, el estrés y la colaboración con los demás. Así es como aprendimos a resolver los pequeños y grandes conflictos que nos presenta la vida.
La infancia de los ejecutivos
Muchos de nosotros vivíamos en un ambiente hostil, donde había gritos, peleas y donde nuestros padres discutían y, a menudo, no estaban de acuerdo. Otros crecieron en un ambiente de dependencia familiar donde no se permitían ciertas discusiones. Otros crecieron en un silencio cerrado en torno a cuestiones complejas que no se conversaban. Otros nacieron en familias donde la mujer ocupaba un rol de servicio, siendo solamente el ama de casa que cuidaba de los niños y de su marido.
Ante estos diferentes escenarios, cada uno de nosotros y los ejecutivos fueron construyendo gradualmente respuestas inconscientes, algunas de las cuales persisten en nuestra vida adulta, hasta el día de hoy. Algunos de nosotros escapamos de estas situaciones con la mente y los estudios, buscamos un lugar imaginario mejor para vivir, evitando escuchar discusiones acaloradas. Otros crearon un inmenso sarcasmo e ironía para resaltar la burla de la realidad misma que les hizo sufrir. Ante el dolor, otras personas intentaron cerrar el corazón y sentir menos, porque sentir pesaba demasiado. En la paleta de emociones esos ejecutivos en potencia pintaron menos colores, intentando reducir la tristeza que sentían. En otras situaciones, muchos han aprendido e imitado los constantes gritos y discusiones que tenían que soportar y pasaron a comportarse así cada vez que enfrentaban un desacuerdo grave.
El problema de todos estos casos es que en la vida adulta estas respuestas, aunque no sean necesarias o no sean la mejor manera de responder a las complejidades de la vida, se perpetúan como una acción refleja. Estas reacciones, que en algún momento fueron una defensa ante un mal contexto, quedaron marcadas a fuego y constituyen parte de lo que llamamos carácter o personalidad. Esto impacta también en el modo de gestionar equipos.
Usualmente, seguimos respondiendo a estímulos negativos de manera similar bajo un estímulo y respuesta inconsciente.
A menudo, en mi trabajo con ejecutivos, veo estas reacciones impulsivas que se crearon a temprana edad. No pueden cambiar su respuesta que se desencadena emocionalmente. Es un problema importante, especialmente cuando tienen mucho poder sobre otras personas. No sólo porque lastiman a otros, sino porque estas respuestas los hacen infelices, de forma automática e irreflexiva. Son niños esclavos de sus reacciones intempestivas.
La mayoría de los ejecutivos no hace una exploración y reflexión interna, por lo que siempre termina con una actitud defensiva ante el comportamiento de los demás. Siguen reaccionando una y otra vez como hámsteres corriendo en una rueda constante.
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Muchos de ellos, cuando son responsables de un error, empiezan a pelear con los demás o a declararlos culpables en lugar de admitir su propia culpa. Otros se cierran y apagan sus sentimientos. Otros sólo pueden ver su lado profesional sin cuidar a su gente. Esta actitud defensiva ante las dificultades que presenta la vida funciona a veces como una prisión sutil, donde no son libres de sí mismas.
El trabajo personal de los ejecutivos sobre la historia de su propia infancia es crucial. Lo que no podemos ver no lo podemos cambiar. En ese período, sufrimos y experimentamos comportamientos que, a través de la imitación o el rechazo, moldearon nuestra manera de oponernos al mundo.
Reconocer y aceptar estos condicionamientos estructurales padecidos es clave para poder transformarnos. No es algo sencillo, pero de eso depende no solo nuestro profesionalismo sino también nuestra felicidad.
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Nota del editor: Nicolás José Isola es filósofo, master en educación y PhD. Ha sido consultor de la Unesco, actualmente vive en Barcelona y es Coach Ejecutivo, Consultor en Desarrollo Humano y Especialista en Storytelling. Escríbele a nicolasjoseisola@gmail.com y síguelo en Twitter y/o LinkedIn . Las opiniones publicadas en esta columna pertenecen exclusivamente al autor.
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