En las compañías se ha puesto de moda hablar del reskilling o del desarrollo de carrera para mencionar esa necesidad que tenemos como seres humanos de estar capacitándonos y reinventándonos en nuestros lugares de trabajo pero también en la vida misma. Un soltero que se casa y tiene dos hijos sabe bien de qué cuernos se trata el reskilling, nada más que no le pone el nombre marketinero en inglés. De modo que en nuestra vida diaria hacemos esto.
La tecnología hace cada vez más urgente que aprendamos nuevas cuestiones y desarrollemos nuestro potencial incluyéndolas. Y allí se me hace que es clave la curiosidad. Porque aprender sin curiosidad es un bodrio repetitivo.
La curiosidad es la clave, tanto para aquel que estudia música o aprende a hacer código informático o planifica el crecimiento de un determinado negocio.
Pero en muchas organizaciones la curiosidad ha sido dejada de lado, sea por liderazgos llenos de apresto como por acaloradas narrativas de control que no dejan una rendija para que amanezca la luz de lo nuevo.
Nuestros teléfonos celulares nos han dado muchas facilidades pero también nos han solucionado problemas que antes debían ser repensados con creatividad. Ahora, una aplicación nos dice la mejor receta o el mejor camino en automóvil siempre, antes teníamos que buscarle la vuelta a un sinfín de interrogantes del día a día. No tengo nada contra la tecnología, lo que intento expresar es que el músculo de nuestra curiosidad es activado muchas menos veces por día que tiempo atrás. Es importante darnos cuenta de eso e intentar paliarlo.
Hay grandes ideas que sólo emergen de una caminata o una ducha relajada. La creatividad y la curiosidad maridan bien y se sazonan cuando no estamos estresados y nos sentimos a salvo. Sentirme en un ámbito cuidado es primordial para que se me ocurran alternativas e ideas 'mejoradoras'. Si puedo ser yo mismo, entonces mis ideas serán hospedadas y recibidas. Si puedo ser yo mismo, mis ideas vivirán.