(Expansión) - A comienzos de esta década, la economía global se vio golpeada por dos enormes shocks externos: la pandemia del covid-19 y la invasión rusa de Ucrania. Desde entonces, ha habido gran progreso en la recuperación, pero las marcadas divergencias entre las principales regiones económicas se han hecho cada vez más patentes. Las tres principales regiones económicas —Estados Unidos, la zona euro y China— se encuentran en tres fases del ciclo económico completamente distintas.
Creciente divergencia entre regiones económicas en la normalización postpandemia
En Estados Unidos, el avance de la desinflación prosigue intacto y la actividad económica está resistiendo mejor de lo esperado. En la zona euro, la inflación está demostrando ser más persistente y la desaceleración de la actividad económica es más rápida que en Estados Unidos. En China, preocupan más las tendencias deflacionistas que las inflacionistas y, últimamente, la actividad económica tampoco ha estado a la altura de las expectativas.
En Estados Unidos, los inversionistas continúan perplejos ante lo bien que la economía ha sido capaz de resistir al shock de las tasas de interés los últimos 18 meses. Algunos incluso empiezan a preguntarse si la política monetaria se ha vuelto inefectiva. De hecho, el mecanismo de transmisión de la política monetaria es diferente en este ciclo. Los hogares y empresas salieron de la pandemia del covid-19 con balances sólidos.
En este momento, los gastos netos por intereses del sector privado no siguen la trayectoria de las tasas de referencia, ya que el financiamiento estaba estancado en tasas históricamente bajas antes de que la Reserva Federal de Estados Unidos iniciara sus ajustes. Además, las generosas transferencias fiscales permitieron tanto a hogares como a empresas aumentar sus reservas de efectivo, que están volviendo a generar un rendimiento decente.
Sin embargo, el caso es diferente para las empresas de pequeña capitalización estadounidenses, ya que tienden a tener más deuda a tasa variable y corto plazo que sus homologas de gran capitalización, lo que está empezando a pesar sobre la rentabilidad de las empresas estadounidenses más pequeñas.
Más allá́ de las ramificaciones de una política monetaria estadounidense inequívocamente restrictiva, es sobre todo la política fiscal de Estados Unidos la que marca la pauta. Marko Papic, director de estrategia de Clocktower Group, sostiene que se ha abandonado la prescripción del Consenso de Washington basada en gestionar las economías principalmente mediante la política monetaria, y que ahora nos encontraríamos en un régimen inspirado en el Consenso de Buenos Aires, donde predomina la política fiscal.
Para los inversionistas es mucho más difícil leer los ciclos económicos cuando prevalece este paradigma, entre otras razones porque en la política fiscal a veces hay discrepancias considerables entre los comunicados sobre las medidas y su ejecución efectiva.
En conjunto, Estados Unidos registra un déficit fiscal que se ha ampliado a lo largo de este año. Esta utilización extensiva de la política fiscal aumenta la incertidumbre macroeconómica. Las estimaciones sobre el nivel neutral de las tasas de interés en la economía estadounidense han sido recientemente revisadas al alza, probablemente porque los inversionistas en bonos exigen una prima de riesgo más alta para compensar una incertidumbre mucho mayor sobre el promedio de inflación a largo plazo.
De hecho, más que un temor a una inflación persistentemente más alta, lo más probable es que el factor que impulsa el aumento de los rendimientos nominales de los bonos a largo plazo haya sido una mayor prima por plazo exigida. Las previsiones de inflación implícita a 10 años han tenido un buen comportamiento y se sitúan en 2.3%, pero es probable que la dispersión en torno al promedio sea mucho mayor que en la última década, debido a la presencia tanto de fuerzas estructurales tanto desinflacionarias como inflacionarias.
Las fuerzas que empujan estructuralmente la inflación a la baja son la tecnología, el endeudamiento y el envejecimiento demográfico. El progreso tecnológico, al permitir ganancias de productividad y el suministro de bienes y servicios a precios más bajos para los consumidores. La deuda, más alta que nunca en todo el mundo por la rápida ‘financiarización’ durante la era neoliberal, ha lastrado el consumo en las economías occidentales durante la última década, ya que los agentes del sector privado han preferido sanear sus balances. Este comportamiento se observó́ de nuevo tras el estallido de la pandemia. El envejecimiento demográfico tiende a ralentizar el crecimiento del consumo y contribuye a la desinflación, ya que las personas mayores suelen gastar menos que los jóvenes.
Sin embargo, los datos sobre el impacto del envejecimiento demográfico en la inflación son contradictorios, pues si se debe a un descenso de la natalidad, que reduce la oferta de mano de obra y lleva a incrementos salariales mayores y más sostenibles, también puede resultar inflacionario.
Otra fuerza que alimenta estructuralmente la inflación es la transición energética. La transición hacia el objetivo de cero emisiones netas exigirá́ inversiones masivas a corto plazo, lo cual elevará la presión sobre los precios en la economía.
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Nota del editor: Yves Bonzon es director de inversiones en Julius Baer. Síguelo en LinkedIn . Las opiniones publicadas en esta columna pertenecen exclusivamente al autor.
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