De ahí también se entiende que Al Jazeera, el influyente ecosistema informativo con sede en Doha, tuvo como aliciente primario configurarse en una poderosa herramienta de proyección exterior que le abonarían a una mayor independencia de Riad. Una fuente de poder suave para expandir el abanico a la hora de lidiar con la familia real saudí, ante el pequeño tamaño de sus fuerzas armadas frente a su vecino, quien cuenta con uno de los ejércitos más equipados de la región.
Las relaciones entre Qatar y Arabia Saudita no han sido fáciles ni tersas. Riad, el principal actor geopolítico de la Península Arábiga y con una influencia notable en la región ha acusado a Doha de financiar a grupos extremistas y de acercarse geopolíticamente a Turquía e Irán. Por ello, entre 2017 y 2021, junto a Emiratos Árabes Unidos, Bahréin y Egipto, rompió relaciones diplomáticas con Catar y lanzó un bloqueo económico contra el país.
De este juego de inseguridades emana el acercamiento estratégico de Qatar a Irán, el enemigo común de los países del Consejo de Cooperación del Golfo (CCG). A pesar de compartir la confesión sunnita del Islam con Arabia Saudita, no sigue la forma conservadora del islam wahabí saudí, sino que apoya otras corrientes del islam político, como a la Hermandad Musulmana (partido homólogo de Hamás en Gaza), y una estrecha cooperación política, económica y energética con Irán. Además, la rivalidad qatarí-saudí ha puesto de relieve otros divisores en apoyo a facciones antagónicas en Yemen y Libia.
En un delicado acto de equilibrio internacional, Qatar mantiene una relación con aquellos grupos militantes, considerados subversivos y terroristas por Occidente, como Hamás, mientras ensancha sus estrechos vínculos de seguridad con Estados Unidos. Washington considera a Qatar como un importante aliado fuera de la OTAN, toda vez que Doha le compra grandes cantidades de armamento militar y le brinda acceso a su base aérea de Al-Udeid, aquella que sirvió como nodo clave en la caótica retirada de Estados Unidos de Afganistán.