Esto ocurre porque la incertidumbre nos produce inseguridades y temores, dados los riesgos que potencialmente conlleva. El ser humano tiende a obsesionarse con hallar estabilidad y certezas, no obstante, la vida no es lineal ni ajena a adversidades emergentes.
Así, la capacidad de adaptación al cambio es importante para las personas que aspiran a construir proyectos de trascendencia. En un contexto de transformaciones tecnológicas, políticas, económicas y sociales, el siglo XXI exige resiliencia para afrontar los retos del presente y el futuro.
El problema viene cuando individuos y organizaciones deciden no asumir el cambio como algo ineludible, y prefieren ser poco tolerantes ante tendencias novedosas. Se trata de un error puesto que la flexibilidad permite integrar aquello que resulta útil y desechar lo que no agrega valor.
Empresas como Blockbuster y Verizon, líderes en los mercados de alquiler de películas y telefonía celular respectivamente, no supieron adaptarse al cambio, y comprendieron muy tarde lo costoso de no saber responder a las transformaciones de los hábitos de consumo de su clientela objetivo.
El mundo cambiante y altamente competitivo de la era contemporánea obliga a desarrollar la habilidad de aprender, desaprender y reaprender todo el tiempo. Esta es una verdad que está ahí, queramos verla o prefiramos ignorarla.
Solo quienes se vuelven capaces de abrazar los procesos de transformación consiguen destacar; del otro lado, los que no asumen el desafío de reinventarse para mejorar, caen en el rezago.
La educación es una herramienta poderosa en este sentido. Las escuelas y universidades deben poner énfasis en formar al alumnado para que las nuevas generaciones sean cada vez más competentes y resilientes.
Las habilidades blandas como el pensamiento crítico, el pensamiento creativo y el trabajo en equipo son imprescindibles para adaptarse al cambio, que no hará sino acelerarse en las próximas décadas.
Disponer de recursos para responder ante situaciones de incertidumbre y la aparición de nuevos paradigmas no es improvisar ni implementar ocurrencias; al contrario, el propósito es tener sensibilidad y visión para gestionar el cambio inteligentemente.
Esto no significa que las personas pierdan su sentido de identidad; tampoco que los principios sean ahora irrelevantes. La identidad es la aptitud para lidiar con realidades cambiantes, sin menoscabo de los valores humanos- que estos sí son inmutables-.