Ya sea en el deporte, las artes, los negocios, la política o la actividad social, toda mujer u hombre es capaz de alinear sus habilidades y conocimientos para dirigirlos hacia metas alcanzables. Hallar un sentido de propósito es fundamental para sentirnos vivos.
Por ello, el escritor estadunidense Mark Twain repetía que los dos momentos más importantes en la existencia de cualquier persona son el día del nacimiento y el día en que descubrimos la razón para la cual nacimos: nuestra vocación.
Son múltiples los casos de gente que trabaja en oficios que simplemente no les llenan, lo cual se traduce en desdicha y desgaste. Despertar diario para ir a un empleo que no nos entusiasma puede volverse una carga física y emocional.
Es verdad que con frecuencia la necesidad económica es la culpable de estrechar el margen de acción al elegir una ocupación. Pero, ¿cuántos ejemplos no hay de jóvenes que abandonan sus sueños para estudiar una licenciatura en Derecho o Medicina solo por complacer las expectativas de los familiares?
También hay historias de personas que durante muchos años se dedicaron a ciertas profesiones y en algún punto decidieron dar un golpe de timón para cambiar el rumbo iniciando nuevos proyectos de vida. Muchos dan testimonio de la satisfacción que experimentaron al apostar por reinventarse.
La filosofía japonesa es muy sabia y ellos tienen el concepto de ikigai, que significa “razón de vivir”. El modelo que utilizan ayuda a identificar cuáles son los talentos propios, qué nos interesa y entusiasma, y de qué forma podemos obtener beneficios de nuestras virtudes y pasiones.
Como afirmaba otro antiguo filósofo asiático, Confucio, si encuentras un oficio que además te apasione, entonces no tendrás que trabajar ni un solo día de tu vida. La vocación dota de sentido el esfuerzo que invertimos en cualquier actividad e inyecta de optimismo nuestros planes.
Por eso es tan relevante la búsqueda de ese elemento o propósito -como prefiramos llamarle-. Si cada persona pudiera hallar esa vocación propia y actuar en consecuencia, sin duda, tendríamos un mejor mundo.
Parte de la responsabilidad la tiene el sistema educativo. Las escuelas debieran abocarse a descubrir talentos entre los alumnos y enfocar esfuerzos a potenciar dichas cualidades.
Hay diferentes tipos de inteligencias, de modo que hace falta ampliar la mirada para identificar virtudes y dones aparentemente ocultos. Un niño que quizá no destaque mucho en matemáticas puede tener una habilidad extraordinaria para las artes; alguien que no figure en el deporte puede ser el futuro genio de las letras.