Si bien es cierto que en los últimos 200 años la ciencia y la tecnología han tenido efectos positivos sobre la humanidad, también es verdad que la desigualdad es un problema que sigue lastimando a las sociedades del siglo XXI.
El capitalismo y la globalización lograron importantes avances para mejorar la calidad de vida de las personas, de la mano del crecimiento económico y la industrialización. Esto es innegable.
Sin embargo, todavía poco más de 700 millones de personas en el planeta viven con menos de 2 dólares estadunidenses al día (cerca de 36 pesos mexicanos). En México, la cifra actual es de 46 millones de pobres; prácticamente un tercio de la población nacional vive en condiciones de precariedad.
¿La pobreza es inherente a la naturaleza humana?, ¿es aceptable que exista una brecha tan abismal entre ricos y desfavorecidos? Como Muhammad Yunus, en lo personal, me resisto a creer que la respuesta a ambas preguntas sea que sí.
La tecnología es la ciencia aplicada a promover el bienestar de la gente; si este no es el sentido del modelo capitalista de producción presente, entonces estamos dejando de lado la parte humana.
No obstante, es posible -e indispensable- hacer un ejercicio de reflexión y cambiar el rumbo hacia un esquema de sostenibilidad como el que propone el propio Muhammad Yunus: una realidad de pobreza cero, desempleo cero y emisiones contaminantes excedentes cero.
La clave para transitar hacia una nueva realidad es identificar que el estado actual de las cosas no es el óptimo: si el 10% de la población mundial tiene aproximadamente el 50% de los recursos económicos y financieros de la Tierra, quien está mal es el sistema.
El empresariado no tiene la culpa, contrario a lo que dicen algunas posiciones ideológicas facciosas; la gente talentosa que invierte en generar empleos y detonar el crecimiento de la economía es un activo en cualquier sociedad.
Por supuesto que requerimos de empresarios más humanistas, que coloquen en primer lugar a la persona, y apuesten por mejores sueldos y condiciones laborales para que el crecimiento económico se dé a la par del incremento en la calidad de vida de las personas trabajadoras y sus familias.
Empero, lo primordial es cambiar el paradigma del sistema, a partir de las políticas públicas impulsadas por los gobiernos en todos sus niveles. Hace falta impulsar estrategias fiscales, sociales y laborales que coloquen el acento en la redistribución justa y sensata de los ingresos.