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Ecología integral, el cuidado de la casa común

Si el egoísmo y la obsesión consumista se mantienen como motores de la dinámica en la sociedad, entonces es seguro que la destrucción del entorno continuará hasta llevarnos a desenlaces fatídicos.
mié 17 abril 2024 06:01 AM
Ecología integral, el cuidado de la casa común
El deterioro medioambiental es producto, principalmente, de la actividad industrial y el crecimiento urbano desenfrenados de los últimos 200 años, señala Guillermo Fournier.

En la Encíclica Laudatio Si´ el Papa Francisco aborda el tema de la crisis del medio ambiente desde una perspectiva no solo religiosa, sino también social, económica y política.

Aunque el texto fue publicado en 2015, a casi 10 años de distancia parece haber cobrado incluso mayor vigencia en nuestros días, dado que el fenómeno del calentamiento global persiste, generando tensiones de diversa índole.

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Históricamente, las encíclicas papales tratan sobre asuntos dogmáticos; empero, Laudatio Si´ va dirigida a todas las personas de buena voluntad -más allá de creencias religiosas-, buscando fungir como punto de reflexión y llamado a la acción.

A continuación, destaco algunos de los puntos que considero de mayor relevancia para retomar la discusión de lo que el Papa Francisco llama “el cuidado de la casa común”:

Un modelo de desarrollo insostenible. El deterioro medioambiental es producto, principalmente, de la actividad industrial y el crecimiento urbano desenfrenados de los últimos 200 años.

En este sentido, la modernidad se ha caracterizado por un esquema de pensamiento según el cual es justificable explotar cualquier entorno y los recursos disponibles, en favor del denominado “progreso y desarrollo”.

Las consecuencias de tal actitud irresponsable están a la vista; la deforestación, la contaminación del aire y la escasez del agua son efectos del consumismo que arrasa con los bienes naturales, ocasionando daños frecuentemente irreversibles.

Expertos y académicos dan cuenta de que el escenario previsible en el mediano plazo será catastrófico de no revertir las tendencias de devastación ambiental del presente. Básicamente, lo que está en juego es asegurar que el mundo en que vivimos siga siendo habitable para los humanos.

Globalización de la indiferencia. La degradación ecológica se vincula con una decadencia de valores individuales y sociales. El problema radica en el mal entendimiento de la esencia del humano en cuanto a especie “dominante”.

Bajo dicho razonamiento equivocado, las personas son superiores a las demás especies vivas y a los elementos de la naturaleza inanimados, por lo que es legítimo disponer de todo aquello a nuestro alcance sin imponernos ningún límite.

Por el contrario, una visión ética y sensata nos indica que la cualidad del humano como ser dotado de inteligencia y libertad, debe conducirnos a obrar de manera responsable y consciente, logrando a la par prosperidad y equilibrio ambiental.

Si el egoísmo y la obsesión consumista se mantienen como motores de la dinámica en la sociedad, entonces es seguro que la destrucción del entorno continuará hasta llevarnos a desenlaces fatídicos. Urge un cambio de paradigma.

La cultura de lo desechable. La crisis del medioambiente es reflejo de las malas decisiones que la sociedad asume cuando pierde la brújula respecto de la dignidad humana y el propósito de la existencia.

El apego desproporcionado hacia lo material es capaz de nublar el raciocinio y convencernos de que la vida no tiene mayor sentido; para esta concepción, los vacíos pueden llenarse con placeres y acumulación de riqueza sin contemplaciones.

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Tal forma de pensar rechaza asumir compromisos, rehúye a los deberes y niega obligaciones; más aún, afirma: “todo es válido mientras me haga disfrutar, así perjudique a otros o cause detrimentos al ambiente”.

La cultura de lo desechable exacerba las conductas consumistas y, además, se expresa en otras dimensiones, como el desprecio hacia las personas de sectores sociales menos favorecidos, promoviendo la exclusión y la discriminación.

En otras palabras, quien no es consciente de lo que representan la dignidad y los valores humanos, probablemente no respetará el medio ambiente, ni tampoco a otros individuos, pues todo está conectado.

A modo de conclusión, el siglo XXI exige de una ecología integral que convoque a la unidad y el trabajo compartido para superar el desafío más importante de nuestra generación: la construcción de un mundo mucho más justo, igualitario y generoso.

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Nota del editor: José Guillermo Fournier Ramos es docente en la Universidad Anáhuac Mayab. Vicepresidente de Masters A.C., asociación civil promotora de la comunicación efectiva y el liderazgo social. También es asesor en comunicación e imagen, analista y doctorando en Gobierno. Síguelo en Twitter y en LinkedIn . Las opiniones expresadas en esta columna pertenecen exclusivamente al autor.

Consulta más información sobre este y otros temas en el canal Opinión

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