Los resultados de las elecciones parlamentarias europeas de inicios de junio trajeron la confirmación de que el mundo está virando a la derecha con más fuerza y rapidez de lo previsto. Las propuestas, nombres e ideas que apenas hace una década pertenecían a los márgenes de la política se han recorrido, poco a poco, hacia el centro. La extrema derecha, en varios rincones del planeta, es la derecha y punto.
Rebase por la derecha
Francia, una de las primeras y más adoloridas víctimas de este cambio en el péndulo político, dirimirá en estos días en elecciones legislativas si el coqueteo con la derecha propuesto por Marine Le Pen y su Agrupación Nacional es el camino que los votantes desean recorrer los próximos años. Si bien Le Pen ha bajado la retórica más antiinmigrante y nacionalista de hace unos años, en el ADN de su partido prevalecen políticas en esa línea y a nadie engañan con el rumbo real de sus intenciones. La extrema Alternativa por Alemania sigue al alza en las preferencias electorales, principalmente, entre jóvenes blancos desarraigados y la población en el este menos desarrollado. El Reino Unido irá a las urnas este año, con los laboristas casi seguros de la victoria, pero con Reform UK, el partido de extrema derecha del caricaturesco Nigel Farage, amenazando con arrebatar espacios en el parlamento a los conservadores tradicionales. En Italia, ya gobierna una derecha intransigente en el discurso con Giorgia Meloni, aunque pragmática en su actuar.
Faltan meses para que Donald Trump reasuma el control de la Casa Blanca, si hacemos caso a la mayoría de las encuestas, y con él tengamos el segundo episodio del vuelco nacionalista y aislacionista de la principal economía del planeta, en un momento en que dos grandes naciones antidemocráticas, Rusia y China, aumentan su influencia y arrebatan oxígeno y territorio a sus vecinos. Trump no creó la ultraderecha en Estados Unidos, pero sí la volvió ‘mainstream’, el lugar común. El Partido Republicano ya no es el que Ronald Reagan redefinió en los 80 y era la opción fiscalmente responsable, pronegocio y con un énfasis claro en la política exterior de la cual México se benefició en varias ocasiones. El nuevo Partido Republicano es el movimiento MAGA (Make America Great Again), una amalgama amorfa de resentimientos y disparates, más enfocado en las guerras culturales que en los conflictos reales en el planeta.
Por esa línea han caminado varios países de América Latina. Javier Milei se mantiene como un presidente popular, pese a medidas económicas draconianas cuyos efectos no se notan claros. En Brasil hay quienes aún añoran a Bolsonaro y en Chile, el desgaste constitucionalista de Gabriel Boric lastima las opciones de la izquierda para afianzarse en el poder. Sin embargo, el más claro ejemplo de la ultraderecha populista latinoamericana lo representa Nayib Bukele, presidente de El Salvador, cuya ‘mano dura’ contra el crimen ha sido la mejor propaganda para endulzar a la región, tan lastimada por la delincuencia, con sus políticas claramente violatorias de los derechos humanos y con resultados sumamente cuestionados.
México eligió un camino ideológico distinto para los próximos seis años, pero el riesgo de la ultraderecha es latente. Horas después de la aplastante victoria de la próxima presidenta Claudia Sheinbaum, los primeros mensajes clasistas y racistas en redes sociales comenzaron a surgir con fuerza. No se necesita mucho para que el viraje a la extrema derecha se materialice en un país con una división como la que vivimos ahora en México. La próxima administración está condenada a lograr resultados que eviten que el péndulo se vaya a donde vive en otras partes del planeta. Está obligada a evitar cualquier rebase por la extrema derecha.
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Nota del editor: Gonzalo Soto es director editorial de Expansión. Síguelo en LinkedIn .
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