Es importante aclarar cuáles son las diferencias entre la calificación y su perspectiva. Si bien ambas son la valoración de una entidad -pueden ser empresas, países, fondos de inversión, etcétera (etc)-, la calificación crediticia evalúa sus condiciones actuales, mientras que la perspectiva plasma la visión futura que tienen las agencias de la entidad que están calificando.
Aclarado eso, nuestra primera conclusión natural es que Moody’s considera que México aún cuenta con condiciones actuales relativamente favorables, pero espera que el panorama para el país se deteriore en los próximos 12 meses.
Y es justamente lo que se mencionó en el comunicado: la agencia reconoce que México mantiene una sólida posición macroeconómica (e. g. nivel adecuado de reservas internacionales). Además, se espera que sea uno de los países más beneficiados del proceso de relocalización global de las cadenas de valor (nearshoring).
Eso pareció ser suficiente para retener la nota y mantenerse dos niveles por arriba del grado de inversión. Es decir, definitivamente México no es el país estrella, pero tampoco es el peor de la clase. Digamos que pasó con 7.
Pese a lo anterior, eso no le alcanzó al país para asegurar una buena nota futura. Eso es lo que significó el cambio en la perspectiva. Moody’s señaló ciertos riesgos fiscales (bajo crecimiento y baja recaudación, presión en las finanzas públicas por apoyo a Pemex, dificultades para conseguir la consolidación fiscal). Además, en esta evaluación, la agencia hizo un particular énfasis en el deterioro institucional, la cual va a generar más incertidumbre (reforma judicial; desaparición de organismo autónomos).
Así, como lo que se revisó fue la perspectiva, y no la calificación, la noticia y sus consecuencias se han tomado un poco a la ligera.
Entonces, ¿cuáles son las consecuencias específicamente de un cambio en la perspectiva?
Las implicaciones que tienen los recortes a la calificación parecen obvias: una peor evaluación indica un mayor riesgo para los inversionistas, lo que podría limitar las inversiones, e incluso propiciar la salida de capitales; el acceso al financiamiento sería más costoso; la cotización de los activos nacionales podría depreciarse; las condiciones se los programas se asistencia internacional podrían endurecerse, etc.
Por su parte, las que son específicamente consecuencia de la revisión a la baja en la perspectiva, si bien no son tan severas, tampoco son triviales.
En primer lugar, una disminución en la perspectiva podría ser la antesala de un recorte a la calificación propiamente dicha, y detonar con ello todas las implicaciones ya señaladas.