Entonces, reconocer que el conflicto es intrínseco a la dinámica humana nos deja solo dos opciones: gestionarlo o fingir que no existe, con el riesgo de que se convierta en el elefante en la sala: Todos saben que está presente, nadie lo menciona y prefieren meterlo debajo de la alfombra antes que confrontarlo.
De hecho, en las empresas donde esto sucede el ambiente se enrarece rápidamente. Y lo que inició como un pequeño desacuerdo se convierte en una bomba de tiempo que, tarde o temprano, puede ocasionar consecuencias irreparables. Por cierto, esto también ocurre en la pareja.
La forma en que reaccionamos al conflicto revela mucho sobre nuestros miedos e inseguridades, pero también sobre nuestro liderazgo y habilidades sociales. Consideremos dos escenarios: en uno, el líder aborda el conflicto desde la empatía; escucha, identifica el origen del problema y trabaja hacia una solución en la que todas las partes se sientan satisfechas; no solo resuelve, sino que construye confianza. En el otro escenario, el líder, que no ha desarrollado muchas de sus soft skills, reacciona de manera defensiva, esto aumenta el estrés y agrava la situación.
Aprender a manejar el conflicto implica, en primer lugar, reconciliarse con el concepto y después entender sus manifestaciones. Para lograr esto, es imprescindible separar a las personas del conflicto. Una cosa es el malentendido y otra cosa es que cierta persona sea conflictiva: no es lo mismo. Y aunque muchas veces se perciba como un obstáculo, el conflicto también es un catalizador de cambio, trae consigo posibilidades infinitas para nosotros y nuestras empresas.
De hecho, es precisamente en los momentos de desacuerdo donde pueden surgir las ideas más innovadoras, porque el conflicto desafía el status quo, lo cuestiona y lo lleva a una reflexión profunda. Las organizaciones que temen al conflicto y lo evitan perpetúan la pasividad. Las que lo enfrentan con inteligencia y asertividad, evolucionan.
Por ello, el conflicto puede ser positivo al forzarnos a salir de nuestra zona de confort, permitirnos practicar habilidades como la resiliencia y la negociación, y empoderarnos para generar innovación.
La gestión asertiva del conflicto no es un proceso espontáneo, debe estructurarse. Una estrategia robusta debe incluir normas claras, canales de comunicación abiertos y protocolos para abordar desacuerdos. Las partes juegan un papel activo, requieren compromiso, escucha activa y disposición para encontrar soluciones.
Una manera de posibilitar este proceso es promover una cultura de comunicación abierta, capacitar en resolución de conflictos y negociación, y establecer protocolos claros para la mediación. De nada sirve tener normas en papel si nadie las sigue o las entiende. Con lineamientos bien definidos, el equipo sabrá cómo proceder y qué esperar, minimizando la escalada de tensiones. Y aquí es donde las organizaciones más exitosas marcan la diferencia: en su capacidad para crear una cultura donde el conflicto no se teme, sino que se ve como una oportunidad para mejorar.
En cambio, si el conflicto te maneja o a tu empresa, entonces deja de ser un agente de cambio para convertirse en un destructor. El caos se apodera de la situación, y la irascibilidad comienza a ganar terreno.