La titular del Ejecutivo Federal ha señalado que, por cada arancel que imponga Trump, acá se establecerá otro. De forma que, en buen español, ha dicho que, por cada puñalada que venga de allá, aquí nos daremos otra. La frase sólo puede ser proferida por quien desconozca la composición y naturaleza de los bienes y servicios que importamos. Es ignorar el origen del saldo de las balanzas entre nuestras economías y las profundas implicaciones que tendría alterarlas. Es una bravata que sólo puede provenir de quien adopta una posición visceral, sin importarle las consecuencias.
Cartas del póker en la relación bilateral
Es cada vez más notorio que el Gobierno Federal no cuenta con funcionarios expertos en comercio internacional, y que sigue pensando que Estados Unidos tiene la intención de conservar el USMC, acá conocido como T-MEC, cuando es claro que los vecinos han arribado a la conclusión de que, en el corto plazo, tienen mejores alternativas sin él. Su prioridad es el pleno empleo y el fortalecimiento del mercado interno. Sí, nos guste o no, el retornar al proteccionismo. De forma que una amenaza para suspender o terminar el tratado, sólo es motivo de burla y mofa.
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Ingenuamente, la Ejecutiva Federal piensa que será el consumidor de aquel país el que pagará los platos rotos, sin advertir que el productor nacional tiene que colocar sus productos, sí o sí, y que, en la mayoría de los casos, acabará sacrificando ganancia para darle salida a sus inventarios. Por eso, los compradores de aquella nación, con el tiempo, encontrarán la forma de que este lado solvente la carga arancelaria.
En nuestro país, el efecto de esos aranceles incrementará el contrabando, fomentará el crecimiento de la imparable economía informal y producirá desabasto de bienes con poca elasticidad en la demanda. Así es, la enorme economía informal, que hasta elefantes ha hecho pasar sin ser notados, ya no sólo introducirá armas, combustibles y muchos otros bienes por la puerta de atrás, como lo ha venido haciendo, sino que, con la inusitada medida, dotará, a los hasta ahora imbatibles carteles, de una nueva veta por explotar. México ha fracasado en el control aduanal, constantemente ha visto desarrollarse un amplísimo mercado negro de todo tipo de efectos mercantiles.
La competencia que se dará en suelo nacional, por conservar acceso al poderoso mercado del norte, hará sentir primero el desabasto aquí, donde los precios locales subirán a mayor velocidad que los de exportación. El flujo comercial no mermará, y de hacerlo, aquí sólo se incrementará el desempleo. Si de aguantar se trata, el margen allá es sobradamente superior. Aquí no hay quien fondee el proceso de ajuste, en tanto que allá habrá subsidios para ello.
Los expertos en estas negociaciones no están, ni han estado al servicio del gobierno hace décadas. Sobra gente ofreciéndose desesperadamente para incorporarse al equipo negociador, pero, los que alegan tener experiencia en el ramo, en realidad, lo que tienen no son sino años de turismo burocrático, en los que se han asido a un par de ideas o modelos tomados de consultores o estrategas corporativos del sector privado, que de nada servirán en esta ronda, sí, sólo nadaron de muertito en algún cargo oficial. La desproporción en los equipos negociadores es apabullante. Del TLC al T-MEC sólo retrocedimos.
El mensaje retador que lanza el gobierno deja claro que muy lejos está de entender el extremo nivel de fragilidad en el que nos dejó el tabasqueño. A todos queda claro que la carta leída en el Salón de la Ignominia, otrora, Salón de la Tesorería, es un mensaje para la clientela electoral mexica, ya que, a Trump, a su equipo y al electorado que los llevó al poder, les tiene sin cuidado lo que pase en el matinal periplo. Sin embargo, lo que sí debemos saber leer es el mensaje implícito, que da pie a izar la bandera del autoflagelo, denunciando un atropello imperialista, sí, arengando a la población a ver, en otro gobierno, al responsable de sus males. De forma que, todos los infortunios del mexicano ya no sólo serán obra del neoliberalismo, sino también, ahora, de la doctrina Monroe y de los viejos demonios que atribuyen todos nuestros pesares a los gobiernos del exterior, caldeando así, los ánimos en contra de todo lo extranjero, claro, salvo que venga del eje rojo.
En este sexenio la polarización alcanzará niveles internacionales, dado que la guerra declarada al neoliberalismo se ha desgastado, por lo que, los recién llegados han considerado urgente encontrar un nuevo villano, es decir, un culpable del tormentoso porvenir de la nación.
Cuántos incautos cayeron hace décadas con ese cuento, purgando condenas o hasta perdiendo la vida, en lugar de sumarse a la fuerza productiva. Cuántas masas se movieron en provecho de lidercillos que de día se rasgaban las vestiduras, pero en la noche pasaban charola en alguna oficina gubernamental, con sobre o sin él. Cuántos levantaron el puño por una causa que en México no pasó de ser guion de película. El odio a lo de afuera, piensan, borrará y perdonará el fracaso de un gobierno inepto. Nada nuevo.
La idea que nos proponen es dejar de ser socios, para ser víctimas, rescatando la narrativa chavista, castrista y, por qué no, hasta maoísta. Ese tufo ya se deja sentir, emergiendo la más rancia izquierda sesentera. Se tiende terreno fértil a empresarios chinos, quienes, antes que nada, son más eso, que inversionistas. Aquí, hacen negocio, pero su inversión es bien poca. Aceptándolo, o no, existe un lejano parentesco ideológico que ha venido fomentando la idea de que el mejor socio podría ser asiático, aun cuando en ninguna parte del mundo han dejado buen sabor de boca. Son potencia que toma y se aleja, dejando poco, sino es que nada.
La defectuosa preparación de la carta tiene sesgos que rápidamente producirán respuestas incomodas, ya que carece de sensibilidad, o al menos, del obligado conocimiento del número de muertes causadas por el fentanilo. La sobada frase de que los muertos sólo los ponemos acá, perdió vigencia hace un buen rato, ya que aquí mueren a balazos, pero allá, consumiendo las deleznables sustancias traficadas por los abrazados delincuentes.
Es motivo de preocupación advertir que, aun sabiendo que este mensaje tarde o temprano llegaría, la posición gubernamental no haya sido hábilmente estructurada. Lejos de ser inteligente, pone sobre la mesa una daga. Probablemente, ninguno de los dos presidentes tenga una clara visión del tablero de juego, ya que ninguno de los dos es un administrador público de carrera, y mucho menos, estadista. Ambos, llegaron montados en la espuma de la popularidad, impulsados por un gran resentimiento social acumulado.
El haber abandonado el entorno de mutuo provecho que inspiró el TLC, nos coloca en el terreno de los arsenales, y, seguramente, ninguno de los dos tiene muy clara la delicada situación en la que nos encontramos. Uno de los asuntos a considerar es el financiamiento a Pemex y a la CFE, ya que su inexorable derrumbe va a dejar un reguero de pérdidas difíciles de calcular. Hemos llegado al punto en el que se está financiando a entidades que, hace mucho, rebasaron el punto de la capacidad de pago, y sólo están ahondando un enorme boquete, en el que el acreedor sigue financiado, para evitar se declare la ya notoria insolvencia, burlando de esa manera el obligado reconocimiento de enormes pérdidas. El deudor, por su parte, sólo sigue maquillando balances, para no mostrar su verdadera cara a los mercados. Cada día el problema crece.
El flujo de capitales es un tema apenas tratado superficialmente en el T-MEC, pero constituye una vertiente toral en la relación, ya que las remesas son el ingreso sustantivo que mantiene en marcha a la economía mexicana, al margen de su cuestionable limpieza. No hay programa social que rivalice con el efecto que tienen en el gasto de las familias más necesitadas. Descontinuarle, o mermarle, tendría consecuencias catastróficas.
El desorden fiscal es de tal magnitud en México, que resulta muy cuestionable el plantear, como solución de fondo, una reforma tributaria, ello, dado que la economía informal es más grande que la formal. Con la reforma, sólo crecería aquella a expensas de la segunda. El impacto depredaría la fuente gravable de los negocios legalmente establecidos, poniendo en duda la viabilidad de muchos giros. Lejos de redistribuir la riqueza, un mecánico aumento de tasas iniciaría un gradual, pero profundo, proceso de cierre de fuentes de empleo.
A los bisoños asesores presidenciales habría que preguntarles si por cada refinería que nos cierren allá, acá cerraríamos una de ellos, o si por cada gravamen que impongan a las remesas, aquí gravaríamos las de ellos, o si, por cada bloqueo al financiamiento de las empresa públicas que allá su buscan su supervivencia, aquí, se impondría uno equivalente. Sí, muy lejos estamos de ser comparables en lo económico financiero y comercial, y más, de imponer condiciones. Decir que la causa de que el 70% de las armas incautadas al crimen organizado es que allá se venden, es reconocer el nivel de inefectividad de nuestras aduanas, o bien, el inexistente control de las fronteras. Dejar de admitir que existe una inaceptable tolerancia, connivencia, y hasta complicidad, con grupos criminales responsables del tráfico del fentanilo, es dejar como única solución un cierre drástico de las fronteras.
El hecho de que el Secretario de Economía no entienda que en aquel país hay múltiples formas de resarcir a las empresas que supuestamente incidiría negativamente el arancel, da cuenta que conoce bien Francia, pero no a los Estados Unidos de América. Trump, en la reciente llamada, lejos de disipar el amago, ha hecho público que arrancó un compromiso que, en unas semanas, dirá ha sido incumplido, procediendo a ordenar las medidas anunciadas. Nada bueno saldrá de la festinada llamada telefónica, mordieron el anzuelo.
De seguir las cosas por donde van, la falta de equipo técnico preparado, la falta de ideas serias y propuestas constructivas, así como el trasnochado patrioterismo, nos privarán de los importantes avances que tuviéramos al integrar la región a finales del siglo XX. El T-MEC fue un paso hacia atrás, pero, de imponerse la rijosa postura, el retroceso nos puede devolver a las casillas iniciales del juego en el terreno comercial.
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Nota del editor: Gabriel Reyes es exprocurador fiscal de la Federación. Fue prosecretario de la Junta de Gobierno de Banxico y de la Comisión de Cambios, y miembro de las juntas de la Comisión Nacional Bancaria y de Valores y de la Comisión Nacional de Seguros y Fianzas. Las opiniones publicadas en esta columna corresponden exclusivamente al autor.
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