El mundo ya no es un tablero de comercio abierto, sino un mosaico de bloques, rivalidades y estrategias nacionales. Lo que antes llamábamos globalización, se ha transformado en un escenario de alianzas fragmentadas y reglas reescritas. Nos enfrentamos a una nueva realidad: la incertidumbre ya no es una anomalía, sino una condición estructural del sistema global.
Del orden global al orden fragmentado. Navegar la nueva geopolítica del comercio

Las tensiones geopolíticas están dejando cicatrices profundas en la economía mundial. Aranceles, restricciones tecnológicas y disputas comerciales no son solo medidas aisladas, sino síntomas de un rediseño profundo del orden económico internacional. Las decisiones sobre inversión, producción y comercio responden cada vez menos a criterios de eficiencia y cada vez más a lógicas de poder, seguridad nacional y autonomía estratégica.
Los motores de este cambio son diversos y complejos. Desde la escalada de tensiones comerciales impulsada por políticas proteccionistas —como los aranceles aplicados por Estados Unidos a China, la Unión Europea y socios clave como México— hasta la reconfiguración de las cadenas de suministro globales, donde empresas buscan reducir su exposición a riesgos geopolíticos.
El ámbito tecnológico también se ve afectado. La competencia por el liderazgo en semiconductores e inteligencia artificial ha derivado en una "desglobalización digital", donde el acceso a tecnología crítica se convierte en una cuestión de seguridad nacional. Al mismo tiempo, nuevos actores como los BRICS, liderados por China e India, desafían la hegemonía del dólar al promover el comercio en monedas locales, reconfigurando el mapa financiero global.
América Latina y México, entre la oportunidad y el riesgo
La fragmentación del orden global no solo redefine las reglas del comercio, sino que transforma profundamente el mapa de riesgos y oportunidades para las regiones emergentes. América Latina, históricamente atrapada entre la dependencia estructural y los impulsos de integración global, se encuentra hoy en una encrucijada estratégica.
La nueva geopolítica del comercio plantea un doble reto: por un lado, tensiones comerciales y fragmentación tecnológica que limitan el acceso a mercados clave y aumentan la incertidumbre empresarial; por otro, la necesidad de adaptarse rápidamente para no quedar rezagada. En este contexto, México, por su cercanía a Estados Unidos, enfrenta desafíos particulares, incluyendo medidas proteccionistas y riesgos de dependencia tecnológica, que exigen respuestas más urgentes y estratégicas.
Pero el momento también ofrece oportunidades. América Latina posee recursos naturales clave, cercanía con los principales mercados y una reserva de talento, que puede posicionarla en la nueva geografía de las cadenas de suministro. México, gracias al T-MEC y su ubicación geográfica privilegiada, tiene la posibilidad de consolidarse como un hub de alto valor agregado y de presentarse como una puerta de entrada para empresas que buscan mayor resiliencia y eficiencia.
Eso sí: el potencial no se materializa solo. Se requiere una estrategia clara que combine una política industrial moderna, autonomía tecnológica y visión regional. Apostar por mayor integración de proveedores locales, desarrollo de capacidades industriales y sostenibilidad, puede convertir la incertidumbre en una ventaja competitiva.
Adaptarse o quedarse atrás
En un entorno donde el cambio es la única constante, México y América Latina deben hacer más que reaccionar; deben anticiparse y avanzar en cinco grandes frentes:
- Reforzar capacidades industriales y tecnológicas locales.
- Diseñar políticas de relocalización que prioricen no solo la atracción de inversiones, sino también la transferencia de conocimiento y el desarrollo de talento.
- Diversificar mercados, reduciendo la dependencia exclusiva de una sola región.
- Integrar criterios de sostenibilidad en las cadenas de valor.
- Impulsar la colaboración público-privada, como eje central de una estrategia nacional de desarrollo.
En un mundo donde las reglas del juego se reescriben continuamente, la pasividad no es una opción. Aquellos que comprendan esta nueva lógica y actúen con visión estratégica serán quienes definan el futuro. La brújula ha cambiado de dirección: ahora es momento de tomar el timón.
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Nota del editor: Érika Quevedo es directora general del Consejo de Empresas Globales. Las opiniones publicadas en esta columna corresponden exclusivamente a la autora.
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