El 18 de julio, el Ministerio de Salud de Francia envió una carta a los hospitales con la instrucción de prepararse para poder atender a las fuerzas militares en caso de un conflicto de gran envergadura. El documento formó parte de los planes de contingencia conocidos como Plans Orsan, diseñados para responder a emergencias sanitarias, desastres naturales o crisis de seguridad. Este tipo de ejercicios son parte de las preparaciones regulares que los gobiernos, incluido el francés, realizan para anticiparse a momentos de crisis.
Francia, entre la lucha parlamentaria y la amenaza de un conflicto en Europa

Sin embargo, este memorándum administrativo fue filtrado a finales de agosto por el semanario satírico-investigativo Le Canard Enchaîné, en un momento políticamente sensible. Pocos días después, el 8 de septiembre, el primer ministro François Bayrou perdió el voto de confianza en la Asamblea Nacional, lo que confirmó la fragilidad del actual gobierno francés. Su proyecto de presupuesto de austeridad, con recortes por 44,000 millones de euros, había generado rechazo tanto en la izquierda como en la extrema derecha.
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En este ambiente, la aparición de un documento que habla de prepararse para un escenario de guerra inevitablemente alimenta un discurso de unidad nacional frente a amenazas externas. Es en ese sentido no es difícil ver cómo un cambio de narrativa puede favorecer al presidente Emmanuel Macron, que insiste en mantener un gobierno de centro-derecha pese a una correlación parlamentaria adversa.
Ahora bien, sería un error pensar que se trata únicamente de una situación derivada solo de un conflicto de política interna. El contexto internacional ofrece motivos reales para explicar por qué Francia y Europa están en alerta. Entre el 12 y el 16 de septiembre se llevarán a cabo las maniobras militares Zapad-2025 (que significa “Occidente” en ruso), organizadas por Rusia y Bielorrusia. Oficialmente son ejercicios defensivos, pero la historia obliga a la cautela.
En agosto de 2008, poco después de un Zapad, Rusia invadió Georgia. Rusia intervinó en el conflicto por la independencia de los territorios de Osetia del Sur y Abjasia, que buscaban librarse del gobierno georgiano. En 2014, tras ejercicios similares, se anexionó Crimea. Si bien el ejército ruso no entró oficialmente los soldados que no portaban insignia alguna, se adentraron en la región para “apoyar” su separación de Ucrania. En 2021, la acumulación de tropas bajo el pretexto de maniobras derivó en la invasión a gran escala de Ucrania en febrero de 2022. La experiencia muestra que los Zapad no son simples simulacros, sino ensayos que en varias ocasiones se han convertido en operaciones militares reales. Por ello, Europa teme que Zapad-2025 funcione como cobertura para nuevos movimientos de Moscú.
Entre los escenarios más probables está el Mar Negro, donde Rusia controla Crimea desde 2014 y ha bloqueado exportaciones de grano ucraniano. Más del 10% del comercio mundial de trigo depende de esa ruta, lo que convierte cualquier provocación en un problema global. Un incidente contra buques de Rumania o Bulgaria —ambos miembros de la OTAN— podría elevar la tensión sin que Moscú ataque directamente territorio aliado y sin activar automáticamente el Artículo 5 de la Alianza Atlántica.
Otro escenario plausible es Moldavia, un país fuera de la OTAN y, por tanto, más vulnerable. En la región separatista de Transnistria, donde ya existe presencia militar rusa, Moscú podría justificar una intervención con el argumento de proteger a la población local. Esto extendería su control estratégico hacia el oeste y colocaría presión inmediata sobre Rumania, miembro de la OTAN, sin desatar necesariamente la defensa colectiva.
Así, la filtración del memorándum hospitalario puede entenderse en dos planos. En el interno, como una herramienta narrativa en medio de una crisis política que busca desplazar la atención desde un presupuesto impopular hacia un llamado de unidad nacional. En el externo, como reflejo de preocupaciones legítimas, respaldadas por hechos recientes y que se observasn en otros países de la región. Por ejemplo, Alemania ha incrementado de manera sostenida su gasto en defensa, Polonia acelera el reclutamiento y los países bálticos piden más tropas estadounidenses. Por su parte, el Reino Unido mantiene uno de los despliegues más visibles de la OTAN en Estonia, mientras que España y Países Bajos contribuyen con tropas y aviones a las misiones de disuasión en Europa del Este, e Italia refuerza su participación naval en el Mediterráneo y el Mar Negro. Todas estas medidas reflejan un mismo diagnóstico: el riesgo de que la frontera entre disuasión y conflicto se desdibuje.
Haber hecho público este documento en este momento tiene un beneficio político evidente. Pero también es cierto que la frontera entre un ejercicio militar ruso y un conflicto real se ha vuelto demasiado delgada. En esa franja de incertidumbre, resulta comprensible que Francia y sus socios europeos intenten anticiparse a lo que pueda venir.
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Nota del editor: Fernanda Vidal es profesora investigadora de la Universidad Panamericana, Campus México. Doctora en Ciencia Política por el Departamento de Politics de la University of Sheffield. Maestra en Metodologías de Investigación Científica por ese mismo Departamento.
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