Hace unos días, gracias al tránsito, tuve oportunidad de ver un reel en Instagram que me dejó pensando en la importancia del liderazgo; por un lado, el ideal del mismo, su grandeza, lo que puede conquistar y las grandes prácticas para motivar a los equipos, pero también, plasma la gran crisis a la cual nos enfrentamos en nuestros días.
¿Soy un líder o solo me dedico a administrar cuerpos?

Para ser académicamente correctos, el título de esta colaboración lo tomo de una frase mencionada en el video, “los resultados no llegan solos” publicado por Sol Fernández en Instagram (@solfernandezi), aunque yo la acoto en lo que muchos han reducido al liderazgo, en una mera función de administrar cuerpos.
Para muestra un botón: ¿cuándo fue la última vez que consideraste a tu colaborador como persona? ¿Al menos como aliado o un buen colaborador? ¿Se lo expresaste? ¿Te has tomado el tiempo para ver cómo se encuentra de salud tanto física como mental? Si ha tenido cambios en su desempeño o comportamiento, le has preguntado, ¿estás bien? ¿Cómo puedo acompañarte? ¿Qué necesitas de mí?
Esto aplica en todas las esferas de la vida, obviamente es más latente en el ámbito profesional, donde esto debería ser una constante, el evaluar los estilos de liderazgo dentro de las organizaciones y dar un verdadero seguimiento a los equipos. Generalmente siempre lo hacemos en orden descendente, pero cuando nos atrevemos a romper paradigmas, e ir en sentido contrario, nos sorprenden los hallazgos que arrojan los estudios sobre los supuestos líderes. Salen a la luz verdaderas historias de horror dignas de una nueva serie que podría competir con la del Padre Maciel – tan de moda – por los abusos emocionales que se generan, relatos de nanomanagment o de denigración de la persona.
Estamos en un punto donde la persona no cuenta, reduciéndola a una mera máquina generadora de resultados, y cuando ya no funciona al ritmo que deseamos la desechamos porque ya no produce. No nos preocupamos por ver que hay una persona con anhelos, deseos, sueños, la cual también tiene una alta expectativa de la empresa donde presta sus servicios y pasa el mayor tiempo de su vida, así como sus mejores años.
Con esta crisis de liderazgo ya no basta con estar enamorado, amar o, como dicen, traer bien puesta la camiseta para seguir laborando, es necesario demostrar la contribución que cada uno hace a la institución; si detectamos un problema, acercarnos para hacer planes de mejora o al menos darnos la oportunidad de entablar un diálogo con un ser humano que puede estar pasando por un mal momento, crisis o depresión. Si se ve ya una imposibilidad de continuar, también se puede hacer un plan de transición digno y justo para ambos.
Hace unos años apareció un concepto: la renuncia silenciosa, producida por años de desgaste, de estar insistiendo en ser tomado en cuenta con una respuesta negativa o indiferente. El resultado es que los mejores colaboradores se irán al no encontrar eco en sus palabras o peticiones, lo harán poco a poco; ahora sí se convierten en máquinas dando el mínimo del potencial que tienen. Irónico, en las organizaciones se castiga al trabajador destacado con más trabajo, poco reconocimiento y menor paga; por el contrario, al mediocre, oportunista o vividor se le da todo.
El método del fregadazo da resultado por un periodo corto, se tiene un aparente éxito y crecimiento, pero el precio que se está generando es muy alto. Al cabo del tiempo la barca comienza a generar estragos porque no hay un rumbo, liderazgo o señales claras a dónde ir, no existe una cohesión de equipo o, lo que se dice en términos religiosos, no hay una mística que marque un propósito en común.
Esto genera una insatisfacción que es perceptible a simple vista, pero pasa de largo ante la miopía de los “líderes” administradores de cuerpos, quienes están en su esfera de confort sin salir de sí para ver la oportunidad de convertirse en mentores de otros seres humanos que, a su vez, podrían dar más; solo necesitan recobrar la motivación que requieren para sus actividades y el reconocimiento que se les debe.
Esto debería vivirse en una cultura organizacional sana, incluyente, la cual sea tolerante al error, abierta a la comunicación y al diálogo. Para llegar a ese punto puede tomar años, pero el chiste es comenzar desde hoy. Una cultura organizacional exitosa no se medirá por contar con un distintivo que al final se compra muy caro, por el número de comunicados que emite o por periódicos murales, se verá reflejada cuando las personas que colaboran y contribuyen con lo mejor que pueden cada día se sienten valorados, respetados, retados constantemente, reconocidos y bien pagados; son quienes logran no solo alcanzar sino superar las metas.
Tengo las credenciales para abordarlo; como saben, la materia de la que soy titular en la Anáhuac México es, precisamente, Liderazgo y equipos de alto rendimiento. Mi compromiso es motivar a formar líderes comprometidos, quienes privilegien a la persona porque saben que será un camino seguro para generar resultados a largo plazo.
Si hoy ocupas un puesto de responsabilidad hazte la pregunta: ¿soy un líder o solo me dedico a administrar cuerpos?
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Nota del editor: Adolfo Ruiz Guzmán es egresado de la Licenciatura en Ciencias de la Comunicación y del MBA por la Universidad Anáhuac México Campus Sur, cuenta con distintas certificaciones y especialidades, entre ellas, Asesor de Estrategias de Inversión por la AMIB, por el IORTV en España y Harvard Business School; además de ser piloto aviador por la Escuela AIRE. Actualmente se desempeña como Director de Asuntos Públicos de Grupo Financiero B×+, conferencista nacional e internacional. Tiene una trayectoría de 13 años en comunicación del sector financiero e impulsor de la creación de la cultura financiera en nuestro país. Síguelo en X como @Adolfo_Ruiz_Guz Las opiniones publicadas en esta columna pertenecen exclusivamente al autor.
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