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El nuevo oro no son los datos, es la confianza que ya hipotecamos

El usuario nunca dimensionó que su información es divisa; la entregó como si fuera un peaje inevitable en la vida digital.
mié 08 octubre 2025 06:06 AM
Sin la recopilación y uso efectivo de datos, una estrategia de IA no sirve
Las grandes tecnológicas, los bancos, las fintech y hasta los gobiernos han construido imperios sobre la base de información personal que entregamos a cambio de servicios gratuitos, descuentos mínimos o una falsa sensación de pertenencia, apunta Ilse Canela. (iStock)

Durante años repetimos que “los datos son el petróleo del siglo XXI”. La frase sonaba futurista, pero hoy se queda corta. El petróleo es finito; los datos parecen infinitos. El verdadero recurso escaso es otro: la confianza. Y no porque la cuidemos, sino porque ya la hipotecamos en cada clic, cada registro, cada autorización que damos sin leer.

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¿Son los datos oro solo para las empresas? La respuesta incómoda es sí. Las grandes tecnológicas, los bancos, las fintech y hasta los gobiernos han construido imperios sobre la base de información personal que entregamos a cambio de servicios gratuitos, descuentos mínimos o una falsa sensación de pertenencia. Para las personas comunes, ese valor rara vez regresa en beneficios tangibles. Seguimos vendiendo barato lo que sostiene fortunas ajenas.

¿Cuándo entendimos el valor de nuestra información? Probablemente nunca. Nos escandalizamos con filtraciones y escándalos como Cambridge Analytica, pero a la mañana siguiente volvemos a dar permisos a una app de moda o a compartir nuestros datos biométricos por conveniencia. El usuario nunca dimensionó que su información es divisa; la entregó como si fuera un peaje inevitable en la vida digital.

Y aquí está la crítica más dura: hemos entregado la confianza a un ente cuyas reglas no conocemos. Nos gusta decir que cuidamos nuestra privacidad, pero la realidad es otra: el 30% de los usuarios de IA generativa reconoce ingresar datos personales o confidenciales en estas plataformas, a pesar de que el 84% admite temer que esa información se haga pública. Es la contradicción perfecta: desconfiamos, pero seguimos entregando

¿Por qué lo hacemos? ¿Realmente pudimos decidirlo? O, más bien, ¿nuestros datos se han convertido en una moneda prostituida? La falta de capitales sostenibles: sin salarios, sin seguridad social sólida, sin movilidad social real, nos empuja a intercambiar lo único que tenemos a la mano: nuestra información. Buscamos en ella una ilusión de acceso inmediato, aunque el costo sea invisible.

Como en la película In Time, donde el tiempo era la moneda, aquí la divisa es la data: nuestro historial, nuestras fotos, nuestras conversaciones, nuestra identidad entera convertida en fichas de casino.

¿Ya vimos el alcance de esto? Apenas comienza. La Inteligencia Artificial entrenada con nuestros rastros digitales, el reconocimiento facial en aeropuertos, las apps que miden salud y productividad, las plataformas que predicen nuestro consumo antes de comprar. Cada avance se sostiene en un pacto tácito: tú entregas confianza, yo te doy acceso. Pero el balance está roto. Lo que ganamos no compensa lo que cedemos.

Y los futuros posibles rozan lo distópico:

- Hospitales que decidan a quién atender según la rentabilidad de su historial de datos.
- Ciudades donde no accedas a transporte, universidad o vivienda si tu capital digital no es suficiente.
- Mercados de segunda mano que subasten identidades completas: tu genética, tus fotos, tus conversaciones.

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La hipótesis es incómoda: si seguimos hipotecando confianza a cambio de pertenencia digital, los datos dejarán de ser recurso y se volverán deuda. Una deuda social que fragmenta comunidades, erosiona instituciones y multiplica la desigualdad. Porque en una economía donde la confianza es la moneda real, quienes ya no tengan nada más que entregar —ni ahorros, ni futuro, ni credibilidad— quedarán fuera del tablero.

Y ahí la conclusión es brutal: si los datos son las divisas, la confianza es el banco central. El día que se quiebre, no habrá rescate posible. La pregunta no es si podemos proteger la información, sino si estamos dispuestos a reconstruir la confianza antes de que el sistema entero colapse.

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Nota del editor: Ilse Canela es Chief Marketing Officer en Solucredit | Cofundadora y CMO en Imagina Lab. Las opiniones publicadas en esta columna corresponden exclusivamente a la autora.

Consulta más información sobre este y otros temas en el canal Opinión

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