En otras palabras, para que una nación o región salga de la pobreza, la manera más efectiva será apostar por la industrialización, dadas sus múltiples ventajas, incluyendo el aumento de beneficios para el empresariado, el incremento salarial para los trabajadores y precios accesibles para los consumidores.
Una industria pujante detona sinergias virtuosas: si los dueños de las fábricas cuentan con mayores ganancias, invertir se vuelve factible y atractivo; mayor producción implica más empleos para la población y mejor calidad de vida; más actividad económica deriva en mayor recaudación de impuestos para el gobierno; y así sucesivamente.
La actividad industrial no se limita a favorecer a quienes trabajan en fábricas o son propietarios de ellas: la derrama económica de este sector eleva el bienestar material de toda la región. Al haber más dinero circulante, incluso los pequeños negocios ven mayores ingresos.
El aumento en la recaudación, a la vez, idealmente permite a las autoridades gubernamentales invertir en educación, salud, infraestructura y demás rubros de orden público.
Desde hace al menos cinco siglos son conocidas las enormes bondades de la actividad industrial. Sin embargo, en las últimas décadas se ha puesto mayor énfasis en la necesidad de instaurar el libre mercado como máxima prioridad sin mayores consideraciones.
Por supuesto, el comercio es fundamental para la economía global y el intercambio de bienes y servicios beneficia a personas y países. No obstante, cuando el libre mercado se distorsiona puede incluso tener efectos negativos para economías locales.
Lo anterior ocurre, por ejemplo, cuando una empresa transnacional inunda de sucursales una región, orillando a la quiebra a comercios familiares; también sucede que potencias extranjeras subsidian ciertas empresas o productos para exportación, derivando en prácticas desleales que afectan la producción doméstica.
Así, el libre comercio es una plataforma relevante que, bien orientada, es capaz de favorecer la actividad económica y traducirse en bienestar para las personas. Empero, la herramienta por excelencia para generar desarrollo, crecimiento y dinamismo económico es la industria.
Países como Bélgica, Suecia, Estados Unidos, Canadá y más recientemente China y Singapur, son potencias económicas porque llevan décadas apostando por la industrialización.
Es fácil observar que las naciones menos desarrolladas y pobres son aquellas cuya principal actividad económica se relaciona con el sector primario -por ejemplo, la agricultura-.
Las materias primas son valiosas, pero la clave del desarrollo y el progreso en regiones y países radica en diversificar las actividades económicas, de modo que se generen sinergias que eleven la productividad y el bienestar. Las naciones con los sectores agrícolas más consolidados son también las más industrializadas.
¿Cómo avanzar en el fortalecimiento de la industria? La respuesta está en la triple hélice: gobierno, universidades e iniciativa privada.
La administración pública, en sus distintos órdenes de gobierno, debe brindar las condiciones mínimas para que la industrialización sea viable. Infraestructura, energía, certeza jurídica y seguridad son cruciales para que la industria prospere en cualquier parte.