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El poder de la generosidad; cuando pedir también es dar

Si quienes buscan cambiar el mundo no aprenden a cuidar su felicidad, su salud mental y su bienestar, difícilmente podrán sostener el cambio que promueven.
vie 31 octubre 2025 06:02 AM
Pedir perdón.
Muchas de las personas que trabajan en organizaciones sociales lo hacen con un enorme compromiso, pero también bajo mucha presión. La carga emocional, las limitaciones presupuestales y la burocracia pueden desgastar incluso a los más apasionados, apunta Marcela Rovzar. (SIphotography/Getty Images/iStockphoto)

A lo largo de mi vida profesional he visto que las personas más felices no siempre son las que tienen más, sino las que dan más sentido a lo que hacen. Y no hablo solo de dinero, sino de tiempo, de talento, de empatía. En dos décadas acompañando a líderes, donantes y organizaciones sociales, he descubierto que la generosidad no es un acto de caridad, sino una ciencia del bienestar.

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Vivimos en una época en la que la felicidad se ha convertido en una especie de meta colectiva. Todos la buscamos, pero pocos la comprenden. Nos convencieron de que esta depende del éxito, del reconocimiento o del consumo, cuando en realidad —como explica el profesor de Harvard Arthur C. Brooks— la felicidad es una habilidad que se entrena.

Brooks sostiene que ser feliz no es el resultado de conseguir lo que queremos, sino de querer lo que ya tenemos, y de usarlo para servir a los demás. Esa idea, tan simple y tan profunda, conecta con algo que he aprendido después de años en el sector social: la generosidad cambia vidas, pero empieza cambiando la nuestra.

La paradoja del pedir

Uno de los mayores tabúes en nuestra cultura es pedir. Nos cuesta trabajo hacerlo porque lo asociamos con debilidad. Sin embargo, en el mundo del fortalecimiento institucional, he visto que aprender a pedir es aprender a confiar.

Cuando una organización pide apoyo, no está suplicando; está invitando a otros a ser parte de una causa. Pedir, bien entendido, es un acto de dignidad, de transparencia y de esperanza. Es la forma más directa de decir: “esto vale la pena, y quiero compartirlo contigo”.

En ese sentido, pedir también es dar: dar oportunidad a otros de ejercer su generosidad. Y eso, según los estudios de Brooks, tiene efectos medibles sobre la felicidad. La generosidad —dice— activa las mismas zonas cerebrales asociadas con el placer y reduce los niveles de estrés y ansiedad. En otras palabras: cuando damos, nos sentimos mejor. No es solo una cuestión moral o espiritual, sino también biológica.

La felicidad como propósito compartido

En México, muchas de las personas que trabajan en organizaciones sociales lo hacen con un enorme compromiso, pero también bajo mucha presión. La carga emocional, las limitaciones presupuestales y la burocracia pueden desgastar incluso a los más apasionados. Por eso me parece urgente hablar del bienestar en el sector social.Si quienes buscan cambiar el mundo no aprenden a cuidar su felicidad, su salud mental y su bienestar, difícilmente podrán sostener el cambio que promueven.

Ahí radica la importancia del trabajo de autores como Brooks, que nos recuerdan que el sentido de vida no está en el éxito, sino en la trascendencia. Y la trascendencia ocurre cuando ponemos nuestros dones —no solo nuestros recursos— al servicio de los demás.

Ser felices no es una meta individual, es un proyecto colectivo. Es el arte de encontrar propósito en lo que damos y en lo que pedimos.

El arte y la ciencia de ser más feliz

Hace poco más de un año leí una frase de Brooks que me marcó: “El secreto de una vida buena no está en sumar años, sino en sumar significado”. Esa idea resume por qué me entusiasma tanto el lograr que venga a México a compartir su visión.Después de 20 años dedicada a fortalecer a quienes fortalecen, confirmo que la felicidad se construye cuando elegimos vivir con propósito y compartirlo con otros.

La ciencia de la felicidad no contradice la espiritualidad ni el altruismo; la complementa. Nos enseña que el bienestar no es consecuencia de recibir, sino de conectar. Que la plenitud no viene del aplauso, sino de la gratitud. Que el éxito verdadero no se mide en cifras, sino en el impacto que dejamos en las personas que tocamos.

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Un futuro más generoso

Vivimos tiempos en los que la polarización, la desconfianza y el individualismo nos están pasando factura. Ante eso, creo que el antídoto más poderoso es la generosidad. No solo como valor moral, sino como práctica cotidiana.Generosidad en la forma en que lideramos, en cómo escuchamos, en cómo pedimos y en cómo damos.

Si algo he aprendido es que la felicidad no se encuentra, se construye. Y se construye en comunidad. En las causas que nos unen, en los proyectos que nos inspiran y en los gestos que nos recuerdan que todos tenemos algo que dar.

Al final, el acto de pedir —cuando nace del propósito y no de la necesidad— se convierte en un acto de amor. Y ese amor compartido, esa generosidad consciente, es la forma más pura de felicidad que existe.

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Nota del editor: Las opiniones publicadas en esta columna corresponden exclusivamente a la autora.

Consulta más información sobre este y otros temas en el canal Opinión

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