En México estamos viviendo una paradoja que pocas veces nombramos con claridad: el país avanza en tecnología financiera, pero la confianza y el conocimiento del usuario no crecen al mismo ritmo. Pagos 24/7, transferencias inmediatas, biometría, wallets, códigos QR, contactless desde el celular o el reloj… la infraestructura existe, es robusta, es segura y funciona. Pero mientras la tecnología avanza en meses, la confianza toma años. Ahí está la brecha que realmente nos está frenando.
Cuando la tecnología avanza más rápido que nosotros
Durante mucho tiempo atribuimos la falta de adopción a supuestas vulnerabilidades técnicas. Hoy sabemos que la historia es otra, pues los fraudes más comunes no ocurren porque la tecnología falle, sino porque alguien engaña a una persona para que entregue su información. Phishing, llamadas falsas, enlaces engañosos. No es un problema tecnológico, es un problema social y emocional. Y es justamente esa percepción de riesgo, alimentada por historias de terceros, malas experiencias o desinformación, la que sostiene la distancia entre lo que ya podemos hacer y lo que realmente usamos.
Esa distancia comenzó a abrirse hace seis o siete años, cuando el sector aceleró su innovación. Mientras surgían métodos de pago más seguros, rápidos y accesibles, el conocimiento del usuario, la educación financiera y la cultura digital no llevaban el mismo paso. De forma paralela, también se sofisticaron los engaños y los ataques que apuntan a los grupos más vulnerables y con menor exposición digital.
El resultado es evidente. Tenemos tecnología de clase mundial que no termina de adoptarse masivamente. CoDi es quizá el ejemplo más claro, una plataforma sólida, segura y diseñada para convertirse en un punto de inflexión en los pagos digitales. Y, sin embargo, su uso cotidiano sigue siendo marginal. Lo mismo ocurre con los pagos sin contacto, llevan casi una década disponibles, pero para muchas personas aún son una rareza y en ocasiones hasta de sorpresa.
No es falta de opciones, sino de confianza, contexto y comprensión. La saturación tampoco ayuda, hay tantas soluciones, tantos métodos, tantos nombres y promesas que el usuario promedio termina volviendo una y otra vez a dos o tres formas de pago conocidas. El miedo al fraude pesa más que cualquier promesa de facilidad.
Frente a esto, todas las industrias involucradas tienen responsabilidad. No basta con desarrollar y lanzar productos. Para cerrar la brecha entre tecnología e incorporación real, necesitamos al menos tres pilares sólidos:
El primero es una comunicación simple y constante sobre seguridad. La mayoría de las personas no necesita una explicación técnica, necesita claridad sobre qué tan vulnerables son los sistemas, qué no debe compartir y cómo distinguir un riesgo real de un engaño social.
El segundo es consistencia en la experiencia. Si algo falla y no se explica qué pasó, la confianza se erosiona. Los errores son inevitables, lo que define el futuro de una relación digital es la rapidez y la transparencia con la que se resuelve cada incidente.
El tercero es una respuesta ágil cuando algo sale mal. Nada destruye más la confianza que sentir abandono. Resolver de inmediato, explicar con claridad y reforzar la protección no solo corrige un problema, construye lealtad.
Todo esto requiere coordinación. Hoy existen conversaciones entre reguladores, bancos, adquirentes, fintech y comercios, pero muchas veces son conversaciones paralelas. Para que México dé el salto completo, necesitamos foros comunes, agendas compartidas y mensajes unificados. La regulación ha avanzado, ahora es momento de unificar estrategias educativas y comunicacionales.
En muchos sentidos, la Inteligencia Artificial (IA) acelerará esta conversación, no porque sustituya a las personas, sino porque aumentará nuestra capacidad de atender, prevenir y comunicar. Pero incluso con IA, el desafío principal sigue siendo humano: entender, confiar, adoptar.
Si México quiere que los pagos digitales sean parte de la vida cotidiana de millones de personas, y no solo de segmentos avanzados, no basta con seguir innovando. Hay que cerrar la distancia entre lo que la tecnología ofrece y lo que la sociedad comprende. El costo de no hacerlo es visible: plataformas poco utilizadas, inversiones sin retorno y un ecosistema que no alcanza su verdadero potencial.
Por eso, más allá de cualquier nueva función o dispositivo, veo un mensaje que debe guiarnos en 2026 y en los años que vienen: “La masificación llegará, pero solo será sostenible si avanzamos al mismo ritmo en educación y confianza que en tecnología”.
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Nota del editor: Héctor Meza es Director General de Ingenico México. Las opiniones publicadas en esta columna corresponden exclusivamente al autor.